Diario de León
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EN BLANCO. JAVIER TOMÉ
León

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Como dice Javier Reverte, al contrario que las religiones, viajar no hace daño a nadie. Partiendo de esta premisa, y con la excusa de dar los últimos retoques a las recién nacida Asociación de Antiguos Alumnos de nuestro viejo colegio, ese Leonés de etiqueta clásica que está a punto de cumplir los 120 años de existencia, allá que nos fuimos hasta Luanco para darnos un garbeo en el espectacular velero de José Luis, perfecto en su papel de lobo de mar. Les tengo más cariño a estos chicos que al sacrosanto bombo de Manolo, así que a orillas del Cantábrico se dio cita el grupo para lanzarnos con los ojos llenos de fervor a la inmensidad del mar. Bueno; no todos ya que Amable, hombre incapaz de redimirse, dudó a la altura de Pajares sobre si el punto de reunión era Luanco o Luarca, y acabó por perderse en la Senda del Oso. No sabemos lo que ocurrió en tan agrestes parajes, pero el caso es que apareció a las dos horas lleno de arañazos y con una sonrisa de indefinible satisfacción. Mejor que corramos un tupido velo sobre un asunto que pasará a formar parte de los misterios leoneses, junto al Grial y la leche Pascual.

Contábamos además con un invitado tan especial como el gran Armando González Colino, siempre enamorado de sus guitarras y sus músicas desde la etapa de Abuelo Jones, y reconocido ahora como el Tenorio oficial de la franja cantábrica, desde el propio Luanco hasta la cosmopolita Llanes. No es muy cristiano ni caballeroso relatar todos los pormenores de la excursión, pero sí se puede contar que con Josines en posición de vigía y ataviado con unas bermudas festoneadas de pulpos y otros motivos acuáticos, anduvimos vivaqueando entre las olas, brindando y riendo, pese a que Luisín Chamorro protagonizó un amago de motín similar al de la Bounty. Con la disciplina inflexible que dictan las leyes del mar, el capitán le tuvo un buen rato colgado de los pulgares, para aplicarle a continuación 30 contundentes azotes de rebenque que le dejaron más suave que lavado con Perlán. Hay veces, en fin, que la vida es un mar de recreo. Y nunca mejor dicho.

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