Diario de León
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CUERPO A TIERRA. ANTONIO MANILLA
León

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La tradición es una moda de las costumbres, un hábito que las gentes hemos adoptado como propio, un rito que renovamos cada cierto tiempo mientras su razón de ser original va cayendo naturalmente en un olvido más o menos ancho y a veces incluso hondo. En León, por ejemplo, son una tradición los vinos y el tapeo y seguramente no todos sabemos de dónde provienen las tapas o cómo nació la tradición semanasantera de «matar judíos» a vasos de limonada. Pero tampoco importa mucho porque lo esencial, cuando se mira bien el mundo, casi siempre es pasar la vida. A donde vamos es a que, al tratarse de una moda, las tradiciones pueden pasar de moda, que, como dejó dicho Coco Chanel, en ese pasar está su esencia. Lo eterno —añadió— es el estilo.

En la antigua Roma, de donde nos vienen tantas cosas, existía un cargo público que respondía al nombre de censor. Su ocupación era hacer el recuento de ciudadanos y la vigilancia de la moralidad, es decir, el registro y la supervisión de las costumbres. Sin alardes ni funerales, unas llegaban y otras pasaban a mejor vida empujadas por las circunstancias de una sociedad viva. El censor apuntaba en los anales de la ciudad y a otra rosa mariposa. Salvo que merecieran su censura, que de ahí viene esta palabra de uso especialmente monárquico entre nosotros. No es muy distinto ahora y alarmarnos porque tal o cual cosa que siempre se ha hecho de determinada manera pasa a hacerse de otra o incluso desfallece moribunda, no debería llevarnos a rasgarnos las vestiduras. La inmovilidad es una característica de los cuerpos muertos. León, según nos indica precisamente el censo de población, por ahora, simplemente está en ello.

Los moralistas de la tradición se llevan las manos a la cabeza —como en todas las épocas— porque las costumbres mudan o pasan, se revitalizan o se agostan con los tiempos. Da igual que hablemos del Corpus o de ratificar a Felipe VI en una ceremonia con cuatro maceros, cosa que llegó a pedirse aquí. En estas cosas de siempre, si no el viajar, uno les recomendaría adoptar cierta visión de extranjero. Mismamente la de uno de esos peregrinos que atraviesan colladas y caminos de nuestra tierra hacia Santiago: ver el mundo con sus ojos frescos y despejados de rutinas.

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