Diario de León
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LEÓN EN VERSO. LUIS URDIALES
León

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El frío es una barrera que enjuga y frena más emociones que la sonrisa; por eso ha moldeado a capricho a León, tan seco como una helada negra; aletargado bajo un edredón de escarcha por san Antón. El frío reside aquí desde que lo parieron. Es aborigen. Vio llegar a los moros acampado por las lomas de Camposagrado; y enroscado a los abedules de Fasgar; y azorró entre los roblones huecos del valle del Hambre para dar cobertura a las huestes de Pelayo mientras hacían retroceder a las tropas enemigas (a ver quién se atreve a tacharlas de invasoras). El frío emerge en agosto y deja en julio el campo libre para los vencejos que se atreven a repetir con ingratas experiencias, con el monte a medio cubrir de hoja y otros ajustes cíclicos que los impacientes achacan al cambio de orden. Que ya no hace, se atreven a decir desde el sofá del salón mientras azuzan con el puntero el mapa isobárico para alentar esa conspiración que se afana en alejar a León de su naturaleza. Nada explica mejor que el frío el origen de Europa, de Occidente, de León. Y así, en plena renuncia a la esencia de quien se avergüenza de lo que siempre fue, se llega a crear la atmósfera falsa de que mientras en el Portillín castañetean las estrellas a Guzmán le sobra la chaqueta. Hasta los tipos informadores que dan noticias estacionales (qué canícula en julio y qué tiritona en enero) pasan de largo de los doce bajo cero que congelan fuentes y remansos, revientan traídas y ponen las mejores piezas de cecina y corras de chorizo camino del paladar (por si los desnortados creen que las costumbres de aportes calóricos seculares se sortean en las tómbolas); los que reniegan del frío, como que fuera la peste, limitan el cupo leonés en los telediarios navideños a reportajes sobre la hospitalidad de esta tierra con la gente que camina a Santiago en Nochebuena. Un carámbano les escupirá la irreverencia a la cara. El relente se cuece a fuego lento en noches como cuaresmas que enciende el parpadeo de Júpiter al atardecer y deshace Venus en esa interpretación rutilante de lucero del alba. Hay un punto de rocío. Y al primer destello del sol se aparece inmaculado, blanco invierno de León. No computan los 21 grados que empujan los termostatos. Los leoneses conducimos el frío al modo de las anguilas la electricidad. Son muchos siglos de trato cordial; íntimo. No cicatrizarán jamás los sabañones.

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