Diario de León
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fuego amigo. ernesto escapa
León

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Mañana cumple los 80 Eduardo Arroyo, en los registros Eduardo Juan González Rodríguez, quien además de pintar, es escultor (así se anunció en la guía telefónica provincial), autor teatral, novelista y agitador estético con ensayos memorables. Nacido en Madrid en plena guerra, de padre murciano y madre lacianiega, se exilió en París a los 21 años, después de estudiar Periodismo y de una traumática temporada castrense, con el sueño de convertirse en escritor. Formado en el Madrid de posguerra, el joven Arroyo era consciente de que la patria del escritor es el idioma, y que para escribir tanto da Madrid como París, pero puestos a elegir, mejor la libertad.

En su afán por aunar vanguardia estéril y represión, hace que un motivo mironiano abra la puerta a la policía que acude a detener a un minero asturiano en la revuelta del 62. Entonces diluye la apropiación de figuras ajenas en un rompecabezas regido por su peculiar concepción del espacio. Parodia la afición pictórica de Churchill, responde con virulencia a la campaña de Fraga por los 25 Años de Paz e inaugura los setenta con el cuadro ‘Pintor número uno de Valencia, robando a un compañero parisiense’, que supone una bofetada a sus colegas de Crónica. Aunque la ferocidad deja paso a la parodia en la denuncia.

Una mirada exterior más indulgente con el régimen amortigua los picos expresivos de Arroyo. Sin abdicar de la línea argumental que recorre su exilio, establece nuevas paradojas, que dan un sentido más complejo al rompecabezas sarcástico. La reflexión sobre el exilio, con sus series sobre Ganivet o Blanco White, convive con estremecedores testimonios sobre la muerte violenta de Companys (1940) o del estudiante Ruano (1969). Han pasado treinta años y en lo esencial todo permanece. Son imágenes de zapatos en caída captadas en un entorno poblado con iconos festivos de la España convencional. La botella de Tío Pepe, los festones rojigualdos y el burladero que cobija la trágica despedida. El exilio es un territorio habitado por la rabia.

Su regreso a España abrió una nueva etapa en la obra de Arroyo. Es el momento de sus cuadros más reposados y maduros. Provocador cíclico y recurrente, dio un repaso sin cautelas a la obsesión municipal de sembrar los espacios públicos de horrendos o exquisitos objetos ornamentales. Más o menos, como sus Moscas de Puerta Castillo. Instalado en la cresta de la ola y con más de ciento cincuenta exposiciones individuales en las salas más prestigiosas del mundo, no olvidó sus veraneos infantiles en Robles de Laciana. Arregló la casa familiar y durante diecisiete veranos fue regalando con halo de filántropo al valle maltratado músicas de lujo con Rosa Torres Pardo y un profuso desfile de famosuelos efímeros.

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