Diario de León

SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ?ARTURO PEREIRA?

La heroína es un caballo desbocado sin riendas desbocado

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S iempre han estado acompañando a la humanidad, en general para paliar el dolor y mitigar el sufrimiento. Pero también para generar calamidades y destrucción de familias o financiar guerras.

En Estados Unidos se habla de una nueva epidemia provocada por el consumo de opiáceos. Dos tipos básicos de este tipo de droga son los que están causando un número de muertos sin precedentes. Por un lado, la heroína, vieja conocida de todos. Por otro lado, analgésicos legales que bajo prescripción médica y su mal uso han convertido en adictos a sus consumidores.

La heroína causó en la década de los ochenta un gran número de muertes. Es una droga de efectos devastadores. Muchas familias vieron como sus hijos se enganchaban a un caballo desbocado y sin posibilidad de frenarlo porque no tiene riendas. No habiendo aprendido la lección, de nuevo aparece esta plaga que tarde o temprano nos alcanzará por el mimetismo que practicamos respecto de los norteamericanos y sus conductas sociales.

Si el consumo de heroína es malo de por sí, peor es el debate social que ha surgido entre los estadounidenses. Se abre paso la idea de dejar morir a los drogadictos por ser culpables de su adición. Esto se puede resumir en la siguiente filosofía: la decisión de consumir heroína es libre y genera graves problemas de mantenimiento económico del sistema sanitario, se concluye que no es asumible el gasto que acarrea tratar a los adictos y simplemente se les dejará de atender.

La policía en los Estados Unidos y servicios de emergencia portan la sustancia conocida como Narcan, que sirve para revertir las sobredosis. Aplicada al paciente a tiempo permite que se salve su vida. La cuestión esgrimida por aquellos que defienden que se deje de aplicar este producto es su coste y que los adictos no hacen nada por poner remedio a su situación.

Este debate me recuerda al que originó otra catástrofe como fue el Sida. Algunas voces aludían al elevado coste de los tratamientos y con argumentos propios de un sistema de justicia primitivo basado en la culpabilidad del enfermo, proponían algo no muy diferente a lo ya expuesto.

Este asunto tiene una enjundia moral de importante calado. La cuestión central es si se puede abandonar a su suerte a alguien que es responsable de su desgracia. Son muchas las personas que se encuentran en esta situación, aquellos que provocan accidentes de tráfico por sus imprudencias y resultan ellos mismos heridos, personas obesas porque no son capaces de controlar su apetito, enfermos psiquiátricos que no toman sus medicamentos, en fin hay muchos ejemplos… ¿Qué hacemos con ellos?

En España, al menos hasta ahora, la sanidad se rige por el principio de universalidad, nadie puede ser excluido. Algunos afirman que este sistema no es sostenible económicamente. Bueno, habrá que mejorarlo, pero lo que no debemos olvidar es que si perdemos nuestra humanidad y no regimos nuestros actos por la caridad hacia los demás, no importa la sostenibilidad económica porque perderíamos el fin último de los cuidados médicos. Perderíamos lo que da sentido a los sistemas sanitarios y que no es otra cosa que el cuidado de los demás, la preocupación por el bienestar ajeno.

Sentir junto a un enfermo, acompañarle en su sufrimiento dispensándole nuestra atención y cuidados médicos nos hace humanos. Hemos institucionalizado los cuidados médicos, hemos racionalizado y legislado nuestro instinto de cuidar y curar a los demás. Lo hemos trasladado a nuestras leyes más allá de ser un componente genético de la especie humana.

Es símbolo de evolución, a decir de los antropólogos, las formas de sociabilización. Cuanto más desarrolladas, más evolucionada es la especie. El progreso del ser humano se puede estudiar y medir conforme se sociabilizaba y preocupaba por sus congéneres. Debemos ser muy cuidadosos con nuestros instintos animales negativos. No podemos permitirnos despreciar al débil, al presidiario, al que sabe menos que nosotros. Este tipo de comportamientos no conducen más que nuestro aislamiento y a un cientificismo trasnochado donde el mundo carece de verdad. Y verdad es la pasión por la vida, con todos sus problemas y sinsabores para nuestra soberbia, como lo es tener que reconocer que en ocasiones nosotros somos los débiles, que todos podemos llegar a ser presos y que siempre hay alguien más inteligente que nosotros.

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