Diario de León
Ponferrada

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Pepe Cortés era un vendedor ambulante de obleas, natural de un pueblo de Orense, que solía aparecer por las fiestas de la Encina, siempre rodeado de niños, para ganarse la vida mientras los demás nos divertíamos. El suyo es un oficio desaparecido, devorado por la modernidad, pero la estatua que le recuerda en una esquina de la plaza del Ayuntamiento de Ponferrada seguramente sea la que más simpatía despierta entre los vecinos y los turistas que visitan la ciudad.

A ras de suelo y sin ningún pedestal que lo eleve sobre los transeúntes, Pepe el barquillero mira a la plaza con el cilindro de obleas a sus pies y una sonrisa de cobre fundido que se parece mucho —el escultor estuvo inspirado— a la del personaje real. Pepe no se da ninguna importancia y quizá por eso y porque no te mira desde lo alto de un caballo, o sobre un zócalo, es una escultura tan popular.

De todas las estatuas de Ponferrada es la que más me gusta. La prefiero a la épica del caballero templario, a la simpleza de las pimenteras de la avenida de las Huertas del Sacramento, o al minimalismo del monumento a la pizarra. Sólo los fotogramas que José Carralero diseñó para el monumento al cine, un ejemplo de creatividad, le hacen sombra en el callejero.

Estos días, en una ciudad del Sur de los Estados Unidos ha estallado un nuevo conflicto racial a cuenta de la retirada de la estatua de un viejo general confederado. Un general, Robert E. Lee, que tenía esclavos y que defendió la causa de la secesión de unos estados que basaban su economía en la mano de obra cautiva.

En Sabadell, también ha habido polémica estos días, hasta que el alcalde ha dicho que se queda, porque un informe municipal proponía eliminar del callejero al poeta Antonio Machado por españolista. Machado, que murió exiliado en Francia cuando huía de Franco.

Es posible que Lee no merezca que lo recuerden como un héroe. Y tampoco, su rival, el general unionista William Tecumseh Sherman, todavía hoy odiado en el Sur porque lo devastó durante la guerra. Pero a Machado no me lo toquen. Antonio Machado, que escribía versos a ras de suelo, como Pepe Cortés vendía obleas sobre los adoquines de la plaza del Ayuntamiento.

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