Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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Mediado el mes de septiembre, el horizonte de acontecimientos nos encamina hacia lo de siempre. El enésimo alboroto reivindicativo en tierras catalanas, un tema más pesado que fabricar a disgusto agujeros en los quesos de bola, y por supuesto la vuelta al colegio, después de unas exuberantes vacaciones veraniegas de mar, campo y verbena. El arte de vivir exige educación, tal como entendieron nuestros abuelos mucho tiempo atrás y por ello consagraron a la provincia leonesa como la más alfabetizada en aquel país que olía a penuria por los cuatro costados. En ciertos casos, hay que reconocerlo, la supuesta educación no era más que roña ideológica puesta al servicio de la facción de mandamases que gobernó España durante décadas. Pero afortunadamente, hace mucho tiempo que el colegio es una pequeña fábrica de ilusiones y libertades. Una marabunta de fuegos cruzados compuesta, así a vuelapluma, por dos tipos de alumnos: los que se mueren por estar en el ajo y los que acuden a las aulas en completo desarme moral.

Y puesto que no hay gloria sin sangre, para las casi 32.000 personitas que retoman en León el curso educativo hay sitio sobrado. Cada cabeza es un mundo, claro, y no puedo evitar que revivan entre las brumas de la memoria los rostros y expresiones del grupo de infantes que regresábamos cada año a la escuela de la afamada y severa doña Ricardita, que tenía su centro de educación allá por Caño Badillo. Los añiles atardeceres del verano en la Plaza Mayor habían quedado atrás, sustituidos por los coloridos babis de cuadritos y el exquisito aroma de gomas de borrar y libros nuevos que ambientaba la clase. Y con ello, también alguna lágrima extraviada que marcaba cada principio de curso, tanto de los niños como de los padres. Puedo ver, desde la distancia que procuran los muchos años transcurridos, como los niños van entrando ilusionados, empujados por una sensación de orden y altas expectativas, en la que sería durante meses su casa. Y yo formo parte de esta ceremonia sentimental que revive en septiembre y goza del carisma de lo inefable. Por ello: feliz curso nuevo.

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