HOJAS DE CHOPO
Acorralados
San Mamés, disparate carpetovetónico de la ciudad, debe en parte su situación al resultado histórico de una especulación despiadada llevada a cabo durante la época del llamado desarrollismo. Lejos de solucionarse los problemas, ocupada la autoridad en promociones rutilantes (¿dónde la oposición?) que afectan mucho menos de lo pregonado al fortalecimiento económico y social de la ciudad, parece que se agravan. Uno recuerda, por ejemplo, los tiempos en que la capital era conocida y reconocida por su pulcritud, problema ahora convertido en una de las principales quejas vecinales. Uno ve con sus propios ojos y en el barrio en cuestión ratas como gatos, «ratas gordas y felices» como las de una novela de F. Narla. Un problema que deriva, como consecuencia, en problema de higiene y salud.
Es hoy otro asunto el que quiere ocupar estas hojas. Desde la iglesia de Las Ventas hasta la Plaza del Espolón queda trazada una estrecha franja de viviendas, atrapadas, o acorraladas, por la curvada calle principal y la vía de Feve. Se atravesaba esta hasta no hace tanto mediante una pasarela peatonal en un caso, mediante un puente, histórico por cierto, en otro. Una y otro fueron eliminados, derribados en aras de no se sabe qué razones. Muy desafortunadas, a mi juicio, teniendo en cuenta que la solución-sustitución agrava las cosas. Si la consideración del urbanismo mundial tiende a la supresión de pasos a nivel y semáforos que regulen en los casos de las ciudades el paso de este tipo de transporte, aquí parece que queremos ser diferentes. No solamente no se eliminan, sino que se multiplican. Por cuatro, en escasos quinientos metros. Uno, al lado de la iglesia. Otro, muy cerca. Dos ¡en el parque!, que se entiende como zona de recreo alejada de cualquier posible peligro. Buena protección para niños –escasa presencia en el poco atractivo parquecito a ellos destinado- y ancianos, principales usuarios, después incluso de una remodelación que difícilmente justifica el gasto. General y desgraciadamente las soluciones llegan después de las lamentaciones. Un semáforo en un lateral que regulará una nueva calle —¿necesaria en estas condiciones?— partiendo el parque; otro, más cerca del parque infantil propiamente dicho, inutilizándolo más seguramente por el peligro. Un parque partido y acorralado, pensado en estas circunstancias en contra de las normas y soluciones generalmente propuestas en los códigos del buen hacer. A quién se le habrá ocurrido.