Diario de León

Publicado por
Jaime Lobo Asenjo exsenador del PP
León

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« La República, paz, piedad, pedón». (Manuel Azaña). ¡No es esto, no es esto!, resumía en un discurso Ortega y Gasset, el malestar y descontento de los españoles, respecto al radicalismo de la II República española. No se equivocaba el intelectual español, el 6 de diciembre de 1931. Autenticidad es esta predicción, dejando claro que el proyecto republicano había sido un fracaso.

Por estos idus abrileños, nació la II República española, que es necesario desmitificar como un referente idealizado de la superioridad moral de las izquierdas españolas, y ello por muchas y varias razones. Don Ramón María del Valle-Inclán aseguraba por aquellas fechas, que «no es verdad que España sea republicana. No es verdad que España haya votado a la República, las elecciones de abril, no fueron a favor de la República, fueron una sanción dirigida contra Don Alfonso XIII». Poco tardó el tiempo en dar la razón al gran dramaturgo español, pues la República fue implacable con la Monarquía, baste recordar la ley de 26 de noviembre de 1931, que declaraba fuera de la ley a don Alfonso XIII despojándole de todas sus dignidades y derechos, e incluso incautándose de todos sus bienes.

Es mi opinión, se hace necesario desmitificarla, ya que por mucho que los nostálgicos de la Primavera de 1931, se empeñen en imponer su versión de los hechos, los historiadores, saben que la ruina de la II República, no se debió únicamente, a la soberbia de las clases conservadoras, ni a la «conspiración» de la derecha, a ello contribuyó la incompetencia de los llamados republicanos históricos y el sectarismo de los republicanos de izquierdas.

La actitud de los socialistas no fue la moderada de Prieto o De Los Ríos, si no la intransigente de Largo Caballero, principal artífice de la Revolución de 1934, así como la de los anarquistas, que emplazaron a la CNT a la insurrección permanente.

Por otra parte, la legitimidad de origen de la II República es más que cuestionable, dado el fraude y la violencia con que se produjo, violencia directa en los colegios electorales, con rotura de urnas incluida y choques entre los activistas de las diversas candidaturas: la distorsión y cambio de votos en varias provincias, la falsificación de resultados por «autoridades» del Frente Popular los días 19 y 20 de Abril; el ambiente de intimidación y hasta la violencia abierta, con que celebró segunda vuelta de los comicios; la actuación fraudulenta de la Comisión de Actas, y algunas irregularidades más que incluso forzaron la dimisión del Gobierno que se había encargado e organizar el proceso electoral, ya que no fue capaz de completar el escrutinio oficial, si no que este lo hizo el Frente Popular, proceso pues, de los más fraudulentos de nuestra historia. Las ilegalidades, convirtieron el resultado, que se presentaba igualado en una mayoría aplastante de las izquierdas.

La desmitificación debe continuar, con estudios serios y rigurosos, con el fin de demostrar a los que con fines políticos, siguen pretendiendo que la II República es un referente idealizado, alimentando fábulas como la superioridad de la izquierda. Fábulas que ya no deben engatusar a los españoles que han tratado y tratan de conocer la verdad de lo que sucedió, deseosos de desterrar los ditirambos guerracivilistas, absurdos después de más de cuarenta años de democracia. Finalizo con otra cita de José Ortega y Gasset: «Necesitamos la historia en su integridad, no para volver a caer en ella, si no para poder escapar de ella».

Justo lo contrario de lo que se viene haciendo últimamente. A no ser que lo que se busque sea la revancha, siempre mala consejera.

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