Diario de León
Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Me invade la sensación de que estamos perdiendo el corazón. Y el alma. En la ola de xenofobia que recorre Europa, con tintes de extremismos imprevisibles, entre ellos el de un odio exacerbado, me parece que el asunto del Aquarius significa, ante todo, un momento de reflexión en la dirección que puedan tomar las políticas migratorias de la Comunidad, tan poco cohesionada y que más parece la superposición de intereses nacionales. Hay asuntos muy serios que lo único que parecen suscitar es mirar hacia otro lado. Vivimos en una sociedad “alienada por la mentira y arrodillada ante el poder”, según expresión, que comparto, de Juan Casquero, uno de los alumnos más brillantes de León en la reciente prueba de la Ebau. La voz joven e independiente es una frescura necesaria en este aire contaminado. Qué dirección puedan tomar estas políticas europeas es otro asunto de momento en alerta. Se rumorea que en el borrador del plan se está anotando la posibilidad de crear campamentos de refugiados, pero fuera de las fronteras comunitarias. De ser así, espero que el Gobierno español no se adhiera a tal decisión. ¿Estaríamos hablando de verdaderas sociedades democráticas? ¿O de una cacería de los derechos humanos?

Europa, el viejo continente de los derechos y las libertades, mira a veces con desdén lo que ocurre en otros lugares, cuando algo parecido ocurre dentro. Sin comparación con la crueldad suprema, eso sí, de lo que estos días está sucediendo en EE UU, ¿paradigma de la democracia? He escuchado el audio desgarrador de niños de América Latina separados de sus padres y familiares dentro de la política norteamericana de “tolerancia cero”. Desgarrador e inhumano. ¿Se permitirá campar a sus anchas a quien/quienes deshumanizan, con efectos irreversibles seguramente, la vida de más de dos mil niños? Simplemente con pensarlo, con saber que el hecho es real, se encoge el estómago, que parece que alma queda poca. Una vez más —¡y cuántas van ya, Dios mío!— se utiliza a los niños como escudos humanos, aunque el eufemismo hable de efectos disuasorios: solo en el caso de que sus padres o familiares sean deportados podrían reunirse, aunque ni siquiera esto quede garantizado. Los monstruos de tales estrategias no saben del dolor de los niños. De ningún dolor. Del dolor de nadie. O lo que es peor, no les importa. El único pecado de estas familias es el hambre, que crece por doquier, en una sociedad que parece adorar la opulencia. Suprema crueldad.

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