Diario de León
Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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La vida le premió con una luchadora incansable a su lado, y con un hijo. Le regaló también la carga de tener que velar por el futuro de su vástago mucho más allá de lo que sus propios días, y los de su esposa, dieran de sí. Una responsabilidad que marcó desde el nacimiento del niño los proyectos de un matrimonio esforzado y trabajador. Desde entonces, ahorrador hasta el último céntimo. No volvieron a pensar en vacaciones ni viajes, incluso las fiestas familiares se gozaron con la austeridad que hace más de medio siglo impuso la vocación de dejar cuantos fondos fueran posibles para sostener la atención que el heredero iba a requerir de por vida.

Todo lo arañado día a día se fue acumulando en plazos fijos, o productos a los que su realidad era ajena. O no tanto, aunque no pudieran sospecharlo. Les estalló en la cara cuando la enfermedad y las discapacidades se habían instalado ya en cada uno de los miembros de la familia, cuando la edad debía invitar a una cierta tranquilidad por el sacrificio realizado, cuando ya no debía haber nada que aprender para zafarse de los zarpazos de la ambición o el desgobierno.

Les atrapó. Una vida de mínimos y ahorro entregada a la caja que atesoraba también su confianza ciega. Ellos no sabían. ¿Los otros sí? Quizá el consejo fuera bienintencionado, pero las consecuencias fueron demoledoras. Las actuaciones posteriores, incalificables.

Lo perdieron todo. Cayeron una y otra vez en la cascada de despropósitos porque sólo podían aferrarse a la confianza en quienes gestionaban lo que ellos no entendían. Dolía especialmente el fondo de buena gente que eran. A sus esperanzas esfumadas con sus ahorros respondió él con una carta al presidente de la entidad, explicando la excepcional situación de vulnerabilidad. «Devuélvanme lo que puedan, no tengo intención de causar ningún daño a la caja». Escuece.

Hace cuataro meses, tras negarles hasta el último momento la paz, les fue devuelto lo que les pertenecía. El Alzheimer le había arrancado casi todo. Alguna esporádica lucidez le devolvía a la lucha de la plataforma de afectados por las preferentes que les salvó de la indefensión.

Murió hace tres días. ¿Descansa en paz? Ojalá. ¿Cómo se paga el dolor, la incertidumbre, la impotencia? Por eso la lucha no termina con la restitución de los fondos. Por casos como este, que siguen hiriendo a quienes se alzaron contra la omnipotencia financiera, se mantiene el empeño de pedir justicia más allá. No señor, no es sólo dinero.

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