Diario de León
León

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Me llama apesadumbrado el poeta leonés Salvador Negro, desde Perú. La Red le permite poderlo hacer sin coste económico. Nuevas tecnologías para conversar de problemas viejos como el ser humano. Estamos acostumbrados a que las peores manifestaciones de maldad ocurran lejos de nuestro entorno, aunque no por ello dejan de resultarnos desgarradoras. Estaba, con razón y corazón, desolado. Conoce a la familia de Castellón cuyo padre ha asesinado, antes de suicidarse, a sus dos hijas, para provocar el mayor dolor posible en la madre y expareja. Salvador es psicólogo como ella, aunque se conocieron hace muchos años a través de un programa nacional radiofónico de poesía. Estuvo en aquella boda. Mantenían el contacto en las redes sociales. Y, de repente, se encuentra con que puede visualizar a la víctima y al verdugo, que el horror ha devastado vidas que no le son desconocidas. Uno intuye que este parricidio tiene que ver con el anhelo de dominar más allá de la propia existencia física. Por cierto, también la voluntad de dominarlo todo, a personas e instituciones, está detrás de toda esa cloaca de las escuchas telefónicas del comisario Villarejo. A veces, allá arriba está allá abajo; o sea, ciertos olimpos profesionales son el submundo. Alivia ser uno de esos seres que cuentan poco o nada para los malos. Eso sí, ni se te ocurra cruzarte en sus planes, pues pasarás a importarles.

En Perú, nuestro paisano escribe poesía y la enseña, en una sociedad que en varios estratos aún mantiene la misteriosa ingenuidad de la carencia; en España también tenemos mucha de esta, pero sin aquella. Y pese a todo, ay, no estamos perdidos del todo. Algo nos salva, incluso en el límite de caer.

Tal anhelo de dominio absoluto se manifiesta bajo muchas formas, pero con ninguna de ellas es posible relacionarse sin quedar manchado, pues cada submundo lleva dentro docenas de ellos. Muchos españoles tenemos la sensación de estar en medio de una gran guerra invisible no declarada, en la que la única trinchera segura es el hogar y la conducta personal. Una batalla en la que no cabe otra victoria que saber de parte de quién estas. Es decir, fuera del submundo, aunque te aleje del resplandor de los olimpos de hojalata.

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