Diario de León
Ponferrada

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Ciento cuarenta y cinco ballenas murieron el pasado sábado en una playa de Nueva Zelanda. La mitad estaban muertas cuando las descubrieron. A la otra mitad hubo que sacrificarlas porque fue imposible devolverlas al mar.

Era la segunda vez que ocurría algo así —en marzo, un número similar de cetáceos de la misma especie de ballenas piloto quedó varado en otra playa australiana— y el motivo por el que esos animales que reinan en el mar nadan hasta la orilla como si todo formara parte de un ritual de suicidio colectivo es un misterio por resolver.

Quizá sea la corriente que las empuja, la marea, que cambia de repente, el aumento de la temperatura del agua, la presencia de depredadores, quién lo sabe.

Las ballenas siempre han sido un enigma para el hombre. Lo intuía Herman Melville cuando escribía su monumental historia sobre la obsesión del capitán Ahab, empeñado en perseguir a la ballena blanca que todos llevamos dentro por los mares más alejados. Y quizá por eso convirtió Moby Dick en una novela de aventuras, pero también en un tratado sobre el universo de los cetáceos.

La ballena, como la sirena, es una especie literaria. A ese mito se agarraba el escritor de Audanzas del Valle José Manuel de la Huerga cuando la muerte le sorprendió en la orilla hace una semana. Escribía José Manuel una novela sobre balleneros cántabros. Una historia inacabada. Un relato que entroncaba con su admirada Moby Dick y al que, salvo que su editor me diga lo contrario, no llegó a ponerle el punto y final.

Y me pregunto ahora qué pasa con las novelas que se quedan a medio escribir. Qué será de esa historia de ballenas de José Manuel. Qué ha sido, también, de la novela sobre la bohemia berciana que no le dio tiempo a concluir a Fermín López Costero, autor de microrrelatos de sirenas y otro que se ha ido antes de tiempo. A dónde van esos personajes huérfanos. En qué playa quedan varados.

Pero empiezo a pensar que la respuesta a tanto misterio la tenía el propio José Manuel en la punta de la lengua cuando elegía una cita de Karen Blixen para resumir su forma de entender el mundo: «Todo se cura con agua salada: el sudor, las lágrimas y el mar».

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