Diario de León
Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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Mi madre siempre me ha tenido por un pupas y, como la vida acaba dando la razón a las madres, con el tiempo he sufrido males diversos, algunos de una singularidad terrible, como bien sabe mi médico de cabecera, Felipe Municio, a quien debo seguir, por su buen hacer, entre los vivos. Felipe trabaja en el Centro de Eras, cuyas instalaciones acogen la mayor zona de salud de Castilla y León, que se dice pronto, y donde, como se recordaba recientemente en este periódico, sus profesionales atienden en algunas jornadas al triple de pacientes recomendados.

Si nuestra sanidad no está al borde del colapso, es gracias a las personas que trabajan en ella. También hay impresentables que se escaquean, y engreídos, pero la mayoría se deja la piel en consultas atestadas (el servicio de oftalmología del Hospital de León parece algunos días una película de miedo), bajo situaciones de tensión insostenible. Los Consejeros y los Gerentes de Atención Primaria utilizan expresiones pomposas como «hemos reducido las disfunciones en la atención continuada», pero la realidad es terca y el futuro turbador: según datos del Consejo de Colegios Oficiales de Médicos, León se enfrentará en la próxima década a una crisis sanitaria sin precedentes, con la jubilación de más de ochocientos médicos, muchos en especialidades ya diezmadas como la de Médicos de Familia. Es decir, el gran problema sigue siendo la falta de profesionales y las plantillas envejecidas, aspecto este que la administración ningunea o enmascara capciosamente.

Si nos atenemos a lo que dice la Coordinadora de Plataformas en Defensa de la Sanidad Pública de Castilla y León, nuestro sistema sanitario (esgrimido como modélico por Vox hace poco), adolece de incompetencia en la gestión y de un sistema operativo mejorable, amén de haber sido víctima de severos recortes (alrededor de 208 millones) entre 2010 y 2016. La citada Plataforma aboga por desarrollar con urgencia medidas que garanticen la viabilidad y la calidad del sistema a corto plazo: veremos qué sucede, pero sus exigencias corren el riesgo de convertirse, lamentablemente, en una voz clamando en el desierto.

Los millones de ciudadanos talluditos que hay en este país, pasarán a engrosar pronto el segmento de población más vulnerable de nuestra sociedad. Yo ya me veo en un pasillo de paredes desconchadas con una sonda piltrosa enganchada a la nariz, rodeado de docenas de pacientes —y médicos— desesperados. Un poco como en ciertos países anglosajones, donde la asistencia médica decente solo está al alcance de una parte de la población. Antes de llegar a esa infamia, igual hay que sacar una guillotina (de cartón, solo para organizar una perfomance) a la plaza del pueblo.

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