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Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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Está cada día más en la calle, porque todos, aunque en desigual medida, padecemos sus consecuencias. Me refiero a los bancos y su voracidad. Resulta que tener una cartillita –diminutivo, como sueldos y pensiones de la mayoría de españolitos de a pie- cuesta dinero, al menos en la mayoría de los casos. Echen cuentas. Con los intereses por los subsuelos, y cobrando hasta por respirar –comisiones por mantenimiento, transferencias, pagos diversos…, si no tiene la desgracia de quedar en algún momento sin saldo-, la conclusión es evidente. Todo a cuenta ya no del pequeño ahorrador –ahorrar en estos tiempos difusos es un milagro-, sino del simple superviviente, indefenso por lo devorador del sistema, por cierto rescatado con el dinero de los propios contribuyentes zarandeados. Por no hablar de las Cajas y su nefasta gestión, sueldos escandalosos de los paracaidistas, pensiones millonarias y desembarcos inauditos y privilegiados. Hasta el derrumbe sin escrúpulos ni consecuencias.

Nada de extraño tiene esa voluntad ya imposible de colocar los escasos dineros al amparo del colchón o de la viga, costumbre que la tradición hizo firme y llenó de dichos e ironías. Y, sin embargo, según una encuesta, no es desdeñable el porcentaje que lo hace. Hasta, fuera de bromas, se anuncian colchones con caja fuerte incorporada que pretende revolucionar el mercado. Aquí el que no está contento es porque no quiere, que parches siempre hay para cualquier pinchazo o pegamento para todos los rotos.

Más problemático sería hoy cobrar nómina o pensión en mano, sobre o bote, que seguramente hay quien lo hace. Día de fiesta entonces y jolgorios, con las perras frescas en el bolsillo. Recuerdo especialmente lo del bote, fórmula ritual llena de matices no exentos de decepciones y aventuras, como ocurría en la empresa minera vinculada a mi infancia y juventud. Llegaba el productor a la oficina, listería en realidad, indicando su número de orden. Grabado en la tapa, era fácil localizarlo en una especie de maleta de madera departamentada para ubicar cada uno de esos botes metálicos. Abierto el correspondiente, se vaciaba sobre la mesa. El interesado contaba el dinero para ver si se ajustaba a lo escrito o procedía reclamación. El siguiente. Y así hasta acabar, cada día doce de todos los meses. Era el día del pago, sacrosanto y festivo. “Del bote al colchón, que es corto el camino”, expresión que oí con frecuencia al hombre al entregar? la paga. Eran otros tiempos. ¿Se repetirán?

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