En el alero naranja

Aparentemente, después de 32 años de hegemonía del PP, la Comunidad de Castilla y León ha registrado este 26-M todo un vuelco político. Pero tampoco nos equivoquemos: no es que los castellanos y leoneses hayamos amanecido el pasado domingo mayoritariamente de izquierdas, sino que la fragmentación de la derecha ha deparado una aritmética que propicia una alternancia política en la Junta nucleada en torno al PSOE.

Merced a esa fragmentación, los socialistas han desbancado a los populares como primera fuerza política. Asimismo, han consolidado su posición en los principales ayuntamientos que ya gobernaban y, al ser el partido mas votado en siete de las capitales de provincia, tienen a su alcance algunas alcaldías hasta ahora en manos populares. Pero ese principio de dejar gobernar a la fuerza más votada, otrora tan defendido por el PP, que tanto abominó de los «pactos entre perdedores», pasó a la historia tras las pasadas elecciones andaluzas.

De modo y manera que, tal como se preveía, será el tercer partido, Ciudadanos, quien decida el signo político del nuevo gobierno de Castilla y León, de ayuntamientos como los de León, Salamanca, Palencia y Burgos y de varias Diputaciones provinciales, entre ellas la leonesa. Respecto a la Junta, las opciones del partido naranja se reducen a tres: armar una coalición de gobierno con uno de los dos partidos mayoritarios o abstenerse y facilitar la investidura del candidato con mayor número de escaños, el socialista Luis Tudanca, que gobernaría en minoría.

La situación recuerda a la que ya se produjo en las elecciones de 1987, en las que Alianza Popular y PSOE empataron a 32 escaños y el CDS de Adolfo Suárez, con 18, decantaba la balanza. Y lo hizo dejando gobernar en minoría a José María Aznar, que había superado en votos al socialista Juan José Laborda, reservándose para sí la presidencia de las Cortes. Hasta mediados de junio, en que se constituyen los nuevos ayuntamientos, no comenzarán a disiparse las dudas. La pelota ha caído en el alero naranja.