Diario de León

LEÓN EN VERSO

Las palomas de León quieren ser fotorrojos

León

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Afrodita lo tenía como animal consagrado; cuidado con el cartel de prohibido echar pan a las palomas, que igual desata un ataque furibundo al mito del amor, el erótico y lujurioso, el de las curvas infinitas que conducen la pasión al borde del precipicio. No hay pájaro mejor adaptado a las consecuencias de la deriva humana en las ciudades, dócil, socializado, aclimatado a sacar la prole adelante en los salientes de los aleros que recortan la visión del firmamento, sin ni siquiera presentar alegaciones ambientales al murmullo atronador del autobús. Ahí están, impávidas; pasaron de las vezas a los sobrantes del pincho de tortilla sin sufrir los efectos secundarios devastadores que para cualquier otro ser vivo tendría alterar su base alimenticia.

Tampoco parecen debilitadas por esa cadena de encomiendas que se han metido al pecho desde el principio de los tiempos; desde que rescataron a la humanidad después del diluvio; no como el grajo, perro volador, que se decantó por el festín de los fiambres putrefactos que dejaron las aguas bíblicas al regresar sobre el cauce; nada comparable a esa fortaleza fantástica de prestar el cuerpo para cualquier manifestación mística; las palomas son fuente inagotable de alegorías, también en esta sociedad que con invocaciones recurrentes acostumbra a echarse en manos de los espíritus: de los futboleros y de los políticos. Si fue esta estirpe la que salvó al mundo con aquel gesto generoso de regresar al arca y la rama de olivo entre el pico, no parece muy descabellado que una paloma asumiera el rescate del acta de la mesa de Pastorinas de las garras de la trituradora, y la llevara hasta un ventanal de la segunda planta del Ayuntamiento; que los caminos de la socialdemocracia son inescrutables.

Las palomas muestran debilidad por tomar ecosistemas; con ese empeño, bajan de los tejados a las combas de los semáforos, a contar incidencias, como serenos a plena luz del día dispuestos a alertar del disco rojo. Seres vivos en el inventario del paisaje del mobiliario urbano. Profetas, que a final de primavera dejan de arrullar porque ya barruntan la llegada del invierno. Esa pareja de la colonia del Musac que despereza con sus zureos las mañanas de este Pentecostés, lo mismo en realidad nos abanica con varas de viento, por no molestar.

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