Diario de León
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fuego amigo ernesto escapa
León

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El jueves se cumplió la primera década sin Crémer (1907-2009), el rebosante centenario que atestiguó las edades de León, desde el trajín de los carros al destello del Ave. Siempre repasó los mojones de su añada centenaria como hitos de un recorrido fértil, aunque estragado a menudo por la cicatería de las circunstancias. Por ejemplo, nuestra tradicional inclemencia cazurra con los sueños más hermosos. Por eso, las recompensas mejores que tuvo Victoriano le llegaron de lejos, como la acogida hospitalaria de Max Aub al premiar desde el exilio su primera novela: «De Burgos a León, camino llano, / ahí está Victoriano». Aquellos versos cartografían un campo interior de fidelidades.

Después de Libro de Caín, que discurre en el espacio bien reconocible de Burgos y León, su segunda novela esconde su relato en un cascarón alegórico. Libro de Caín fue premio de novela Nueva España, a cuyo timón estaban León Felipe y Max Aub. Historias de Chu-Ma-Chuco se tituló antes Historias de España y fue finalista del Planeta 1967, que ganó Lera con Las últimas banderas. Ahí desplaza la fábula a una remota república regada por el Copalupo, afluente del Amazonas. Pero la distancia no disimula los surcos de una memoria, que transcurre por Burgos y León. Su interés mayor radica en una prosa de rancio sabor castellano, aliñada con torrentes de sarcasmo.

La poesía fue su labor más destacada a lo largo de ocho décadas, durante las cuales remansó bríos en busca de una dicción más serena. Nuevos cantos de vida y esperanza supone el culmen de su primer ciclo poético, con poemas memorables dedicados a los habitantes del mundo humilde que acaba de abandonar. La vieja de las naranjas, las carbonilleras, el hombre sin origen. A ese universo postrado por el dolor y la injusticia dirige el poeta una mirada solidaria e indulgente, a la vez que levanta su voz acusadora, de denuncia.

Diez años más tarde, obtiene el Premio Nacional con Tiempo de soledad. En sus versos se suceden la preocupación social, España como problema persistente, con la familia y el amor como costumbres irrenunciables. El jurado que le otorgó aquel galardón oficial incorporaba, junto a los ultramontanos Fernández de la Mora y López Anglada, a la joveb y más despierta Ana María Matute. Rebasado ya el centenario, obtuvo el premio Gil de Biedma con El último jinete. Ahí siguen predominantes sus preocupaciones esenciales por el ser humano y sus circunstancias, de las que ahora resaltan la inminencia de la muerte y la percepción de un amor que respira por la herida de su ausencia. La última reunión de su poesía en dos copiosos volúmenes de Los signos de la noche apareció póstuma. Como si no hubiera habido ocasión para darle una última alegría con su colecta.

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