Diario de León

Lo progresista es todo menos progresista

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León

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os partidos de izquierda o extrema izquierda a la hora de buscar pactos pregonan que pretenden hacer un gobierno progresista. Es propio de la ideología izquierdista enmascarar el progreso con lo progresista. ¿Qué es para la izquierda progresista? En primer lugar, es su bandera. Los partidos de izquierdas han pretendido adueñarse políticamente de la idea del progresismo para adjudicarse una imagen de marca que les otorgue una superioridad moral en la vida pública, como adalides de las mejoras del bienestar social y de los avances democráticos y que, a la vez, estigmatice a sus adversarios políticos como si fueran reaccionarios y discutiblemente democráticos.

Así pretenden difuminar el contenido de su trasnochada ideología socialista y comunista, causante de la mayor pérdida de libertad, bienestar y progreso de las últimas décadas. Pero su maniobra de distracción es engañosa, aunque cada vez engañan a menos gente. Pero tienen aún muchos seguidores y correligionarios.

Los gobiernos abanderan un falso progresismo. Parten de supuesto totalitario y comunista. No pretendemos ir a la Unión Soviética, modelo de falso progresismo que subyugó la voluntad de un pueblo y los que no se sometían eran desterrados o fueron torturados dejando regueros de sangre y de miseria. Hoy el falso progresismo está vigente en países ricos y que tuvieron un gran progreso y hoy son pobres de solemnidad como: Cuba, Venezuela en los que gobiernan la tiranía de las dictaduras comunistas o neocomunistas. Ni son progresistas ni hay progreso. Hay miseria, dictadura y ausencia de libertades. 

El pernicioso Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, responsable de la devastadora crisis de 2008, que con su negligente gestión económica causó un tremendo paro y gran sufrimiento social y se caracterizó por ser un gobierno progresista o Andalucía que durante 36 años consecutivos la han dejado con los peores índices de educación y desarrollo de España. Cuando se habla de gobiernos progresistas significa: Reivindicar el feminismo hasta sus últimas consecuencias, a saber, subyugar al hombre y ser culpable de todos los males que sobrevienen a la mujer; ser progresistas significa promover toda clase de iniciativas referidas a la LGTB, es decir apoyar a los gais, lesbianas, heterosexualidad etc. No pretendo esgrimir el hacha de guerra contra estas manifestaciones ni estos colectivos que en libertad manifiestan sus opiniones y su status.

Ser progresista es eliminar la enseñanza privada; ser progresista es eliminar la religión de las aulas; ser progresista es eliminar la autoridad del profesorado, apoyar el independentismo, fomentar todas las actuaciones nacionalistas contrarias a todos los principios legales y constitucionales.

Ser progresista es: insultar a las fuerzas de orden público y todo lo que signifique autoridad y respeto. Ser progresista es aumentar el gasto. El falso progresismo de la izquierda defiende una política económica poco ortodoxa y acreditadamente ruinosa, basada en políticas sociales altamente ideologizadas, clientelares y derrochadoras. Para cubrir su gasto ingente se necesita  abrasar fiscalmente a las clases medias  y a los sectores productivos de la nación, aunque su consecuencia inevitable suele ser un pernicioso aumento del déficit público y de la deuda pública, empobrecedores innatos de las generaciones presentes y futuras.

El autoproclamado progresismo de la actual izquierda o extrema izquierda es totalmente contrario al  auténtico progresismo liberal, protector de las libertades públicas y generador de riqueza y bienestar. Resulta intelectualmente grosero que  los autoproclamados progresistas, que gobiernan o pueden gobernar España con el apoyo de la extrema izquierda antisistema y batasuna y del independentismo golpista, se arroguen la guardia y custodia de la ortodoxia democrática y progresista.

Pero los falsos progresistas han quedado definitivamente desenmascarados en su impostura cuando el secretario de Organización del PSOE,  José Luis Ábalos, ha tenido la fatua arrogancia de afirmar que «la Constitución es una conquista de la socialdemocracia y que no venga ninguna derecha a decir que es constitucionalista, porque no lo es».

La intransigencia fundamentalista del falso progresismo lleva a la aberración de considerar como impecablemente democrática su pretensión de transformar España en un Estado federal pero, en cambio, rechaza por antidemocrática la pretensión de recentralizar el Estado. Igualmente, acoge en su seno, sin oponerle ninguna objeción democrática, a la extrema izquierda antisistema, nacionalista, terrorista, con quienes pactan para gobernar ayuntamientos y varias autonomías, que pretende derribar el régimen constitucional del 78 e imponer la república, suprimiendo la Monarquía constitucional, apoyando el derecho de autodeterminación de los golpistas catalanes, no comportándose como democráticos y racionales cuando pierden el poder.

Si un posible gobierno socialista se plantea o llega apoyarse en el independentismo y en los herederos de batasuna y terroristas para gobernar, como se está viendo en alguna autonomía, quedará para los anales de la infamia bajo el principio de Gobierno progresista. Ante el mayor desafío a la unidad de España en un periodo democrático, la autoproclamada izquierda progresista que hoy gobierna España, está preparando cometer el acto menos progresista que pudiera imaginarse desde el punto de vista de las libertades públicas: transigir con la violación de la legalidad constitucional y con el ataque a las instituciones democráticas, incluido el Poder Judicial, y dejar desamparados y traicionados a los ciudadanos españoles que defienden la Constitución y su democracia. Esto no es progresismo, ni progreso, es convertir la política en un vertedero. Esto es una progresía mal oliente y no tiene nada de progreso.

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