Diario de León
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La inmigración a Europa es un fenómeno imparable, debido a múltiples factores pero sobre todo al gradiente de renta entre las dos orillas del Mediterráneo: la opulencia del Viejo Continente atrae a quienes huyen de la miseria de África, y esto será así hasta que el mundo desarrollado no se decida a cooperar con el sur paupérrimo para fijar a sus habitantes al territorio y mitigar las tensiones norte-sur que provocan las grandes corrientes migratorias. Las guerras —como la de Siria que aún colea— tienen un efecto semejante, que no podrá ser reprimido por muros ni por normas: el instinto de supervivencia es en los sapiens el más poderoso de todos.

Dicho esto, es evidente que lo ideal es que la inmigración esté regulada, que los países de la UE se comprometan con la búsqueda de soluciones humanitarias a este problema. Debería ser obvio que la cuestión migratoria no se reduce a qué hacer con los barcos de refugiados. La primera misión de la UE sería resolver, con el esfuerzo que haga falta (incluyendo una intervención militar), el caos libio. Occidente intervino decisivamente en el derrocamiento del sátrapa Gadafi pero dejó de inmediato a su suerte a aquel país fallido, que hoy vive en una anárquica guerra civil, a cuya merced están los propios libios y los africanos que llegan a sus costas con la esperanza de saltar a Europa.

Asimismo, la UE debería intensificar significativamente la cooperación al desarrollo con los países africanos que generan emigración por su situación crítica interna. De la misma manera que España ha conseguido un entendimiento cuasi perfecto con Marruecos que incluye cuantiosas ayudas, españolas y europeas, al país vecino para que afronte los gastos derivados de la contención de los flujos migratorios, toda Europa ha de cooperar con el continente africano para elevar su nivel de vida. No hace falta decir que la filantropía inicial tendría el premio posterior de abrir un gran mercado al sur del Mediterráneo para los productos europeos.

En relación a los barcos de ONGs que trasladan inmigrantes rescatados, es preciso que nos concienciemos de que estamos ante un problema numéricamente insignificante. En julio, el número de personas que cruzaron los pasos fronterizos de forma ilegal en las principales rutas migratorias de Europa (Mediterráneo oriental, central, occidental y los Balcanes) aumentó un 4% respecto al mes anterior: fue de alrededor de 10.500 inmigrantes. En general, el total de los primeros siete meses de 2019 fue un 30% más bajo que hace un año, alrededor de 54.300 personas. Estos datos desmienten a Matteo Salvini y a toda la extrema derecha europea. Y esa cantidad es muy inferior a los inmigrantes que se cuelan por cualquier gran aeropuerto europeo (Madrid, París, Roma, Londres, Berlín.). Las aparatosas pateras sin un elemento irrelevante y secundario en le fenómeno migratorio.

La inmigración se ha convertido en un arma ideológica, que la extrema derecha vincula a la preservación de la identidad nacional. A la escala a la que se produce el fenómeno, la llegada de flujos asimilables rejuvenece la población y es enriquecedora. Lo deseable es, pues, que Bruselas construya el relato real de una verdadera política inmigratoria —desde la cooperación a la integración, pasando por el control de fronteras y la aplicación generosa del asilo— que expulse las mafias y que haga innecesaria la acción de las oenegés. Y si hay náufragos, son las patrulleras de los Estados las que deben rescatarlos.

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