Diario de León
Publicado por
Luis-Salvador López Herrero, médico y psicoanalista
León

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Cuando escribo estas líneas es ya notoria la victoria del Sr. Joe Biden, secundado por la nueva promesa del feminismo, Miss. Kamala Harris. No obstante, su reñido triunfo en lo que parece haber sido la mayor votación conocida en la «Roma imperial», deja también a la luz el aumento de votos, de uno de los personajes más controvertidos, admirado y odiado, de nuestra época.

Aspecto que me suscita una reflexión: ¿Cómo es posible que Míster Trump, después de una presidencia cargada de insultos, desvaríos, chascarrillos obscenos, autoritarismo, talante corruptor, abusos diversos y presencia con tinte de payaso, haya logrado no solo mantenerse sino incluso ganar más adeptos para su supuesta causa «perversa»?

Europa, convertida en la Grecia de antaño, no dejaba de implorar a los dioses para que se acabara con esta pesadilla americana. Y, por los telegramas de felicitación de sus presidentes, parece que podrá dormir tranquila durante unos días con sus sueños de esperanza universal. Sin embargo, el «fenómeno Trump» no ha dicho la última palabra y le veremos coleteando a lo largo de los próximos meses, junto a nuestro temido virus, aunque presiento que su rabieta de protesta no se verá demasiado satisfecha, porque en «Roma» sólo se apuesta por los ganadores y él, ahora, ha perdido, tal y como le sucedió a Míster Kane.

Sin embargo, mi pregunta sigue en el aire: ¿Qué tiene un personaje de tal cariz para encandilar de este modo a los ciudadanos? Trump se había convertido, como todo «populista» o personaje seductor de las «gentes comunes», en el promotor del cambio frente a las desigualdades generadas por la política neoliberal en su propio país.

En este sentido, la receta era sencilla. Bajo el manto inexpugnable de la soberbia despótica ofrecía a la miseria neurótica de sus conciudadanos una solución eficaz, total y absoluta, anclada en el poder de la tribu y su zona geográfica. Y ellos le creyeron y muchos aún le siguen creyendo, a pesar de todo, porque no hay nada más íntimo y ajeno en el ser humano, que su inconsciente y el fantasma perverso que lo alimenta, como sostén de esta creencia incondicional.

Míster Trump no sólo ofrecía con sus métodos y estilo «tipo Nerón» una salida para la crisis gestada en su propio país, sino también la ilusión de que era posible, en primer lugar, pensando solamente en ellos mismos.

Del mismo modo que la Roma imperial se dejaba seducir por la idea de que allí, en su ciudad, nacía y concluía el ombligo del mundo, los ciudadanos americanos han gestado una conciencia nacional de colonización a través de sus semblantes, insignias y señas de identidad (lengua, cultura y objetos tecnológicos), sin importarles verdaderamente el destino de los demás.

Y todo eso, Míster Trump, ha sabido enunciarlo muy bien para goce y disfrute de sus habitantes censados. Todo el mundo debería de girar alrededor de ellos sin más dictamen que satisfacer sus propias ansías de flamante pueblo elegido. Aquel por el que debería de introducirse el nuevo rumbo de la historia. ¿No es esto mismo lo que siempre ha anunciado cualquier Imperio?

Luego la solución a través del poder más absoluto y la soberbia del éxito a cualquier precio, es lo que encandila por momentos a la «gente corriente» y más ambiciosa cuando el mundo se tambalea y las coordenadas de referencia se pierden, anunciándose en su eclipse la presencia de la angustia de lo real.

Ahogados en su miseria neurótica buscan y encuentran, en el mensaje de Míster Trump, el antídoto más eficaz para su malestar. Son las consignas de odio hacia el semejante como portavoz de las desdichas actuales, las que comenzaron a infiltrarse en la conciencia de la «gente corriente», cegándose cualquier tipo de razonamiento que no fuera la voz que alimenta el Amo oculto, aun cuando en el camino el sujeto no deje de arrastrarse hacia el empuje de la hostilidad, el desvarío o la capacidad para destruir.

Lo hemos visto en infinidad de ocasiones a lo largo de la historia como para no estar ya advertidos. Siempre, en momentos de crisis, el tesón de la voz tiránica del Amo resuena en el interior del ser humano, como si de un hechizo se tratara.

Y no hace falta buscar este guiño de maldad solamente en la política o en los grandes personajes de la historia. Basta con mirar hacia nuestro alrededor más cotidiano para detectar la presencia de este tipo de sujetos que se alardean de su comportamiento obsceno, ansía de poder o control arbitrario, bajo la atenta mirada cómplice o la pequeña mueca de risa inconsciente, de los demás. Gestos que no hacen más que alimentar ese pathos morboso oculto, pero demasiado íntimo, de cada uno de nosotros.

Hace falta estar muy vacunado del mal y de la maldad, para no dejarse arrastrar por el fantasma que palpita en nuestro interior con tanta «sed de mal».

Y, en momentos de crisis, allí donde reina el desorden y el desconcierto, este tipo de personajes se articulan muy bien con el infierno maldito de cada uno, para conducirles hacia las ciénagas turbulentas y escabrosas, de su ser más íntimo.

Conviene pues estar advertidos de que el problema que ha suscitado Míster Trump durante su pequeño reinado, con su imagen grandilocuente, sus palabras obscenas y conductas desmedidas, forma parte de un escenario «común» demasiado real, presto a ser despertado siempre y cuando las condiciones lo permitan. Por un tiempo así ha sido y volverá.

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