Diario de León

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«Viven calladas y mueren en silencio». Este es el lema que yo atribuyo a las Hijas de la Caridad y, desde luego a Sor Marga, como le llamaban los pequeños a los que cuidaba como una verdadera mamá, cariñosa, sonriente y con más paciencia que el santo Job.

El 4 de diciembre, a primera hora de la mañana recibí un whatsapp en el que, desde la sección de menores de la Junta, una compañera de antaño me decía escuetamente: ha muerto Sor Margarita. Yo no daba crédito al mensaje porque hacía exactamente cinco días había estado hablando con ella sobre los niños que tenían en la Casita El Alba. Pero este maldito coronavirus nos la arrebató en un santiamén.

Se nos ha ido Sor Marga a la guardería del cielo, ella que fue de las últimas en salir de San Cayetano y que desde entonces encontró cobijo, como madre hacendosa, en la casa de los pequeños en la calle de la Serna. Salió en silencio de San Cayetano, llegó calladita al Alba, y sin molestar a nadie, sola en su habitación, cerró sus ojos a la vida, dejando huérfanos a sus niños, desconsoladas a sus hermanas de brega y rotos de dolor a cuantos la queríamos. Y como los pobres no tienen ni para una esquela, yo quiero romper este atropello social, que pone altavoz en la radio, en la televisión y en muchos periódicos a los narcisos, exhibicionistas y gañanes de todo pelaje, pero se olvidan de estas personas dedicadas al cuidado y atención de los transeúntes, de los niños y niñas abandonados o carentes de familias adecuadas, de los enfermos, de los que viven al margen o son marginados.

Sor Margarita trabajó en San Cayetano, aprendiendo de la experiencia y buen hacer de Sor Joaquina, sor Carmen, Sor Inés, Sor Lucía. Ésta me llamaba, con sus 96 años, desde Villaobispo para darme la triste noticia que ya me habían comunicado desde los Servicios Sociales. El día que no quede ningún «ángel» de estos, nuestra sociedad desmemoriada los va a echar mucho de menos, los vamos a valorar y a querer más, pero ya será tarde, por eso yo llamo, un vez más, a las puertas de la sociedad leonesa para hacer justicia y poner en valor a estas mujeres valientes, buenas como el pan bendito y trabajadoras sin horario, a destajo y sin llamar la atención.

Pido que alguien tome la decisión de poner a la Casa de acogida El Alba el sobrenombre de Sor Margarita Hernández Soria

Por menos servicios, con menos valores y con sueldos que quintuplican los de estas servidoras públicas, otros reciben homenajes, constan en los diarios oficiales y llenan páginas de hemerotecas, cuando en su vida no prestaron ni la décima parte de los servicios valiosos e ignorados de estas mujeres llamadas Hijas de la Caridad.

Hace muy pocos días que en Madrid, con buen sentido y excelente criterio, la presidenta de la Comunidad quiso rendir un sentido homenaje a Isabel Zendal Gómez, la enfermera y madre soltera del hospicio de La Coruña que acompañó, con su probada honradez y generosa entrega de madre protectora, a los expósitos que llevaron en vivo la vacuna de la viruela a América y a las Filipinas. Yo pido que en León, con el mismo buen sentido y excelente criterio de la Excma. Señora Dña. Isabel Díaz, alguien tome la decisión de poner a la Casa de acogida El Alba el sobrenombre de Sor Margarita Hernández Soria, prototipo de madre nutricia, también con toda honra, soltera por decisión vocacional, que dedicó toda su vida con absoluta entrega y generosidad al cuidado de los niños y niñas a los que yo llamaba en este mismo periódico el día 20 de noviembre, «hijos por accidente».

Isabel Zendal, coruñesa, excelente madre y enfermera de niños abandonados, con más de dos siglos de retraso y olvido injusto, será recordada desde Madrid al dar su nombre al nuevo hospital para acoger enfermos del coronavirus. ¿Por qué aquí no somos generosos y agradecidos con Sor Margarita, salmantina, madre de acogida, como tantas de su misma vocación? A ella nos la ha arrebatado este virus, tan mortífero como el que comprometió la vida de Isabel Zendal. ¿Por qué no podemos enlazar estas dos vidas de mujeres generosas y entregadas, ambas modelo de pobreza, de entrega social, ambas salidas del pueblo llano y sencillo, el que mejor entiende estos temas de gratitud?

Espero que «alguien», leyendo este sencillo obituario, escuche el grito y el llanto de los pequeños que han perdido a su madre de acogida, a su mamá Margarita, porque «Alguien», sin que podamos entenderlo, la cambió de guardería. Puesto que la realidad se nos impone, al menos, hagamos justicia terrenal y no permitamos que el tiempo nos haga olvidar tanta entrega, tanto servicio altruista, callado, pero cálido y maternal, además de barato. Que su nombre y el de tantas mujeres como ella, con bata blanca, azul o verde queden grabados en nuestros corazones, y, si es posible como recuerdo, en el frontispicio de algún centro de atención social en León.

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