Diario de León
Publicado por
Manuel Alcántara
León

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DESPUÉS de que acabara con tantas vidas, a Pinochet le hicieron senador vitalicio. Había demostrado que la mejor manera de evitar que hubiese disidencia era aniquilar a los que pensaran de modo distinto. Hasta las aguas maniatadas de la cordillera andina bajaban rojas. Su gestión fue eficacísima: había salvado a su delgada patria a costa de disminuir considerablemente el número de sus habitantes. Lo que vino después, cuando las cosas volvieron a ser como antes del salvamento, está en la memoria de todos menos en la suya. Al general Augusto Pinochet le ha derrotado el Alzheimer. Ya no se acuerda de los juicios por la Caravana de la Muerte, ni de su estancia vigilada en Londres, ni de los procesos a los que estuvo sometido como encubridor de los homicidios y los secuestros. Tiene ochenta y seis años y cuando le retratan sonríe con la mirada perdida más allá del fotógrafo y las dos manos apoyadas en la empuñadura del bastón, que ya no es de mando. La corte suprema de Chile ha acordado sobreseer su caso. Una decisión esperada, ya que los médicos aseguran que padece demencia senil, del mismo modo que sus víctimas de otros tiempos aseguraban que padecía locura homicida. ¿Cómo juzgar ahora a este viejecito atildado y limpio que en nada se parece al general de gafas oscuras que impuso el terror? Si todo ser humano es un fue y un será y un final cansancio, él está en la etapa última y la desmemoria le hace inocente. Cuando parecía que no podía salvarle ni la paz ni la caridad, le ha salvado el alzheimer. Los años han pasado una toalla húmeda sobre sus recuerdos. En su caso, la terrible enfermedad del olvido es piadosa. Se empieza por no sabe dónde hemos dejado las llaves de la puerta de casa o las gafas, pero todavía no hay que preocuparse. Lo grave, según me dice Antonio Gala, es cuando se quiere abrir la puerta con las gafas. Pinochet no recuerda nada, absolutamente nada. Sin embargo, las madres de los jóvenes asesinados se acuerdan de todo.

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