Diario de León
Publicado por
J.F. Pérez Chencho
León

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NO podré calibrar en su conjunto el debate sobre el estado de la Nación. A mediodía de ayer entorné las contraventanas de este balcón y no las abriré hasta mediados de agosto. Es tiempo vacacional. Mi tiempo de ocio. Hoy mismo --ayer para ustedes-- por primera vez en meses no pondré el despertador. Como cualquier indolente, no estaré obligado a levantarme antes de despertar. No escuché los discursos institucionales de José Mª Aznar y de José Luis Rodríguez Zapatero, pero sí los toma y daca. Si todo fuera cuestión de imagen, dentro de dos años habría otro inquilino en La Moncloa. El debate fue vivo. Aznar recurrió a lo que se esperaba: a no rendir cuentas del último año de gestión de Gobierno, sino a globalizar los seis de su mandato y pasar factura al pasado. Como si el pasado interesara. Todos ya vivimos el presente y miramos al futuro. Aznar volvió a los tópicos que tanto juego le dieron en los años de la angustia socialista: irresponsabilidad, falta de liderazgo e iniciativas, incoherencia y un latiguillo que ya recitamos de memoria. No rindió cuentas y pretendió examinar a la oposición. Pero en este debate se encontró con la horma de su zapato. José Luis asumió, en nombre de sus antecesores, el pasado, cargando en su haber los aciertos -que fueron muchos- y poniendo el dedo en la llaga de los errores populares. La contundencia de RZ quizá no sirva al sanedrín mediático que ampara al Gobierno. ¿Quién, alma de Dios, en puridad política puede reprocharle su intervención? Zapatero criticó al Gobierno y a Aznar, tanto por sus formas como por sus resoluciones. Por su política antisocial, así como por el autoritarismo que renace con ardor desde la mayoría absoluta. No he sido jamás partidario de medir estas intervenciones como un combate de boxeo. No me haré eco del resultado: si uno u otro ganó por kot o a los puntos. Lo que quedó claro es que Aznar tuvo que recurrir a los latiguillos para salvar los muebles. Algunos de esos latiguillos están estirados desde la época más sombría, en la que el opositor sólo podía decir: amén. El portavoz del PP en la Comisión de Economía, Martínez Pujalte, que tiene en su haber algo así como que el «escándalo Gescartera» no existió, imitando a Pío Cabanillas, para el que la huelga general del 20-J fue un efecto visionario, vocearon, patearon, impidieron la libertad del opositor. Pujalte y Cabanillas están cortados por el mismo patrón: no defienden al Gobierno con argumentos, sino con las vísceras. El debate sobre el estado de la Nación tuvo prólogos inesperados: cambio de Gobierno, toma marroquí de la isla Perejil, y envite vasco por la autodeterminación. Son las tres válvulas que oxigenaron a Aznar. Otras tres le sirvieron de escape en el debate: además del conflicto marroquí, los pactos antiterrorista y de la reforma de la Justicia. En todo lo demás fue zarandeado a modo. Zapatero, fiel a sus principios, ofreció diálogo: Aznar lo aceptó como bandera. Creo poco, o nada, en la voluntad de ambos. Aznar se ha negado a recibir a los líderes sindicales y al de la oposición. El debate continuaba cuando empecé a cerrar las contraventanas. Adiós, buen verano.

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