Diario de León
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PUEDE ser relativamente lógico que los dirigentes del partido en el Gobierno consideren como adversarios a cuantos no están con ellos o, lo que es lo mismo, a los partidos que integran la oposición, pero en todo momento conviene que los gobernantes no pierdan el norte y sepan diferenciar lo que significa oposición al Gobierno y deslealtad hacia los intereses nacionales, pues con la confusión de ambos conceptos lo único que puede conseguirse es el mantenimiento de un tono crispado en la vida política que lo cierto es que no favorece a nadie y que puede pasar factura a quienes recurren constantemente a la estrategia de inventarse su maniqueo. Es difícil calificar como desleal a un partido que propuso el pacto antiterrorista, que asumió el pacto para la justicia y que declaró su apoyo incondicional al Gobierno en la crisis de Perejil. Pero la falta de apoyo incondicional a unos políticos no supone deslealtad hacia el país; al contrario, la práctica de la oposición garantiza el control democrático. Todos los políticos manifiestan su convencimiento sobre las excelencias que supone la alternancia. Una vez en el poder, sin embargo, se convencen rápidamente de que su partido debe perpetuarse en el Gobierno en beneficio de todos los ciudadanos, sin reconocer jamás a la oposición su carácter de alternativa. El PP (antes, AP) se pasó catorce años pidiendo la alternativa como cualquier maletilla y ahora le ha tocado el turno al PSOE.

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