Diario de León
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León

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ENTRE otras exclusivas, el ser humano tiene la de articular palabras, pero eso no ha sido así desde siempre. Un equipo de científicos ingleses y alemanes dicen que sucedió hace 200.000 años, semanas más semanas menos. La insignificante mutación de un gen hizo posible que los sonidos adquirieran significaciones y desde entonces muchos hemos caído en esa tontería de creer que hablando se entiende la gente. Los mecanismos fisiológicos que hacen posible el habla, según los paleontólogos, tardaron mucho en ponerse a punto y todo hace suponer que nuestra difusa historia es el trayecto que va de Atapuerca a Matías Prats senior. Los primates no podían imaginar que un descendiente suyo fuera Demóstenes o Cicerón. ¿Cómo sería un mundo callado donde se discutirá por señas? No se había descubierto la conversación, que es una de las bellas artes, y los únicos ruidos eran los de la naturaleza y los que emitían los animales. Pablo Neruda, que ha sido nuestro último poeta épico, se lo figuró en el crepúsculo de la iguanas, con hormigueros monacales y algún que otro cóndor inmóvil sobre la nieve. Pero el gen responsable de la capacidad de hablar del ser humano estaba ahí y decidió asumir su responsabilidad. No hemos parado desde entonces y hablamos por hablar o por no callar o por imponer nuestra verdad o por engañar al de enfrente, que ya dijo Taylleran: que Dios no había dado el divino don de la palabra para que pudiésemos ocultar nuestros pensamientos. El silencio, que es el verdadero esperanto en el que puede entenderse todo el mundo, se hizo añicos y empezó el guirigay de sesión continua. Los sabios aseguran que todo sucedió al alargarse la faringe de los que llamamos, con mucha falta de respeto y alguna conmiseración, hombres primitivos. Si no llegan a estirar el pescuezo aquí seguiremos sin decir ni pío. Estamos mejor así, diciendo cosas a todas horas. Comunicándonos. A algunos de nuestros parlamentarios no les falta más que hablar, pero el lenguaje se ha generalizado mucho.

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