Diario de León
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Hoy es el edificio número 3 de la Plaza del Grano lo que se quiere destruir. Antaño fue Las Médulas para hacer pasar por ella una autopista. Gracias al grupo ecologista Urz se logró detener tal destrozo. Hoy es un patrimonio universal, a cuyo lado posan hipócritamente políticos y desalmados de los negocios que juegan a benefactores. Antaño fue también el edificio Casai, en barrio El Egido, que ponía en riesgo la integridad de niños y niñas que acudían al colegio diariamente. Al final tuvieron que ampliar la acera tras una respuesta de madres y padres. También fue el edificio del Arco de la Cárcel, en donde está el local del CCAN y la sede de la CNT. Todavía sigue en pie haciendo latir uno de los impulsos culturales y de convivencia más importantes de esta ciudad. También el edificio Abelló. También la misma plaza del Grano que quiso ser empedrada con cemento. Si nos remontáramos a las miles de piciadas urbanísticas que se han realizado en esta ciudad y atentados contra los ciudadanos, que alguno sigue, como las antenas de telefonía móvil, no habría espacio suficiente para narrarlo. ¿Se trata de una cuestión estética? Sí, pero no solamente. La belleza de un paisaje, de una zona no sólo tiene un valor comercial, de consumo turístico, sino que es un fundamento pedagógico en la conciencia y cultura de las personas, hasta el punto de que se recoge en la legislación más moderna, desde criterios de patrimonio, o como de evaluación de impacto ambiental, etcétera. Al destruir un valor estético, o con un criterio de sensibilidad, se eliminan aquellos criterios que no sean los puramente económicos, y ya poco queda. Valores sociales, humanitarios, de solidaridad, culturales, artísticos, que son imposible de inculcar sobre la base de disciplina o decretos de enseñanza. Pero lo que se dilucida en la casa que se quiere derribar es algo mucho más profundo. Está en ella la huella del tiempo, un trozo de Historia, pero no la historia de los poderosos, sino de la vida cotidiana, de las gentes que viven en el transcurso del tiempo. Estas huellas nos dan una seña de identidad, nos hacen ser pueblo, populus, conjunto de personas que nos comunicamos, que vivimos en un mismo entorno. Pero quienes pretenden someternos a sus intereses, vacían cualquier símbolo o seña de identidad, disfrazándose precisamente de lo contrario. Populares y leonesistas arrebatan desde el ayuntamiento lo más genuino del pueblo. Otro ejemplo similar es la fachada de la calle Julio del Campo, realizada por este filántropo, que se está cayendo a pedazos, que se mantiene sucia, cuando significa la representación cultural más pedagógica de León y la referencia democrática más importante de esta ciudad. Es una lección de matemáticas, lengua, geografía, etcétera. Lleva el saber a la calle, para que el conocimiento no sea un instrumento de unos pocos rufianes. ¿Que quedaría con la política municipal al uso? Lo que visitarán los turistas, lo que simboliza la historia del poder religioso o político: palacios, iglesias, catedrales, edificios de ricos comerciantes. Esto forma parte de la historia. Es de una gran belleza y valor. Debe ser conservado, pero no a costa de la otra parte, que por humilde se desprecia y pisotea. Porque entonces se olvida la conciencia social e histórica. Lo cual es imprescindible a la hora de ser ciudadanos. Y no sólo consumidores y votantes sin referencias culturales. La plaza del Grano y su edificio de columnas representan el comercio de nuestros antepasados, sus formas de vida, su lucha por sobrevivir y poder ser cada vez más libres. Es el legado del pasado, sin el cual no podemos ser dueños de nuestro presente y mucho menos aspirar a un futuro más digno. Si nos van quitando las raíces cada vez seremos más superficiales, más idiotas (en su sentido etimológico: ignorante que no puede comprender lo ajeno). Los mercaderes y verdugos de esta ciudad quizás no se planteen tanto. Actúan por inercia, la inercia del poder. Lo más ruin es cuando se quiere hacer en nombre de unos legajos o leyes trucadas para un determinado fin. Recovecos judiciales permiten amparar lo que es inadmisible. Y eso es lo que hacen quienes se encargan del patrimonio o del urbanismo municipal. Hace unos años salieron a la luz las cartas de varios catedráticos de las universidades alemanas, que tuvieron que exiliarse cuando la época nazi. Se quejaban de que el peligro no era, únicamente, la ideología dominante, ni los intereses económicos, sino que sus estrategias se hubieran convertido en ley. Pero, aún así, jamás se hubiera desarrollado el poder destructor del poder de no ser por los encargados de defender la cultura y la identidad alemana, con cargos políticos y universitarios. Acabaron justificándolo todo, hasta lo injustificable, porque se hacía según la ley y los había elegido el pueblo. Algo parecido cuenta Víctor Hugo en su novela Los miserables. El ayuntamiento de León se ha convertido en la «cueva de los ciegos», allá acuden los Thenardier, pues aquellas personas incultas que han llegado a elevarse, en este caso por la política, pierden todo tipo de escrúpulos. Sólo nos queda luchar, y reclamar lo que se proclamó hace unos meses a las puertas de ese mismo lugar: «Por el derecho a luchar». Si no defendemos nuestro patrimonio no habrá espacio para nuestra libertad.

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