Diario de León
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León

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EXISTE un consenso generalizado sobre lo reprobable de un puñado de gentes y características personales que harían perder la cabeza hasta al estoico y sufrido Gandhi. Sin ir más lejos, los programas televisivos de José Luis Moreno, los guiños estúpidos de Marujita Díaz e incluso la desquiciada risita de la siliconada Ana García Obregón, tan dispuesta siempre a dar lo mejor de sí en el espectáculo que es ella misma. Pero en lo alto del escalafón de lo auténticamente insufrible para la naturaleza humana, por encima de los chistes de Jaimito Borromeo, se encuentran esos pederastas que utilizan ahora la moderna tecnología de Internet para difundir sus marranadas y dar rienda suelta a sus delirios sexuales. Como no hay basura para el sucio, ahí tenemos el caso del obispo episcopaliano de Florida que utilizaba sus prerrogativas espirituales para abusar de cuantos monaguillos se le pusieran a tiro de Biblia. O el católico Padre Hurley, siempre dispuesto a que los niños se acercasen a su persona con el poco religioso propósito de practicar el sexo oral con las confundidas criaturas. En fin, la fascinación del barro, que dicen los franceses. Ya que todo es empeorable, la policía ha logrado desarticular a una banda de pederastas que intercambiaban espeluznantes fotos de padre con hijas y madres con hijos, en una orgía de brutalidad inimaginable. Sin demasiados miramientos legales, el FBI ha descubierto a más de siete mil pervertidos que, por pura higiene moral, deben ser tratados con la vieja y algo bruta máxima policíaca: «Siempre que no haya duda, patada en la dentadura».

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