La burra y el avance

AHÍ tenéis la escoba. Ya se pueden barrer las calles de «pequeña delincuencia», y quiero suponer que también de la grande. Con la solemnidad de un momento trascendental, el gobierno presentó su anunciado plan de seguridad, con gran aparato de ministros y frases para la historia: este plan se hace «en favor de la libertad de todos». Como en toda acción política, hay algo de «venta de la burra» y algo que merece elogios. La «venta de la burra» está, primero, en el incremento de efectivos policiales: los socialistas calculan que las 20.000 plazas anunciadas corresponden al número de agentes que se van a jubilar o se han jubilado sin que se hayan cubierto sus vacantes. También se vende la burra con promesas obvias como la «mayor coordinación entre los diferentes cuerpos», que no requiere acciones legales, sino simplemente que se haga. Y suena a película vista la «mayor presencia policial en la calle», que ya era el objetivo de la policía de proximidad que Jaime Mayor alumbró hace años. Los elogios, para las reformas legales. Estamos ante una importante corrección de Aznar, que afecta a normas como la Ley de Extranjería o el Código Penal. Izquierda Unida ha denunciado que es un plan represivo, y tiene razón. Es muy represivo, a base de guardias, jueces y fiscales. ¡Pero, coño, señor Llamazares! Supongo que la represión es malsonante, incluso franquista, pero ya me contará si al atracador y al ladrón se les debe combatir con palmadas en la espalda. Dicho eso, un plan de seguridad lo hace cualquiera. Incluso un ministro. Lo importante será cómo se ejecute. Lo meritorio es que el Gobierno tuvo el valor de rectificar. Fraga podría repetir que «el Gobierno sólo acierta cuando rectifica». Ha hecho el gran reconocimiento de que existe un grave problema de seguridad. Porque, si no existiera, como hasta ahora se dijo, ¿para qué gastar medio billón, con lo tacaño que es Aznar?