Diario de León
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León

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UN ingeniero catalán acaba de inventar un artilugio que promete revolucionar las relaciones paternofiliales en este país. Se trata de un aparato que es capaz de descifrar, a tenor del timbre del llanto, qué es lo que diablos reivindica el bebé a través de sus berridos. Los comercializadores de la cajita mágica, sin embargo, no se han comido demasiado el majín a la hora de bautizarlo. Llantímetro le han puesto de nombre de pila al singular traductor plástico. Y en éstas, que se avecinan las elecciones municipales _que ya están encima más bien_ a uno se le ocurre que al ingeniero en cuestión deberían contratarle los sesudos gabinetes de estudios de unos y otros partidos políticos para ver si de una puñetera vez descifra el código de los inextricables lamentos del ciudadano de a pie y sus candidatos son capaces de servirles un menú acorde a sus vindicaciones, y así, al mismo tiempo, se garantizan un buen puñado de sufragios. El lamentímetro ciudadano sería la piedra filosofal de la política, y seguramente a miles de contribuyentes les ahorraríamos el suplicio que les aguarda, como a los sufridos ponferradinos, de aquí al mes de mayo del año a cuenta de promesas demagógicas, proyectos de calado sideral, o proposiciones aberrantes. Evitaríamos que a los de La Placa les metan la teta en la boca cuando lo que quieren es dormir la siesta, o que a los de Columbrianos los acunen en pos de Morfeo cuando les escuece el escroto. El lamentímetro evitaría que la brillante idea de construir un ascensor panorámico para conectar General Vives con la calle Ancha hiciera olvidar a los actuales gobernantes que el pilotito encarnado de la subida del IBI sigue parpadeando. A los del primer partido de la oposición les recordaría la dudosa fiabilidad de los movimientos vecinales libremente asociados; como ha acaecido la semana pasada cuando el presidente de una supuesta plataforma de residentes en el Temple se inquieta por cómo será la futura pasarela sobre el ferrocarril y por el color de las fachadas de las casas del poblado de MSP, mientras olvida a los no menos de 200 vecinos -más de 500 votos- que llevan clamando en el desierto por la urbanización de dos astrosas plazas de tierra en pleno centro del barrio. A los responsables de la federación vecinal, en cambio, lo que habría que comprarles más que el lamentímetro sería una brújula para que no acaben muriendo del éxito que les regaló la salida masiva de ciudadanos a las calles en contra de la subida de la contribución. No se han dado cuenta todavía que su único mérito está en haber liderado ese descontento apartidista. Se creen que de gestar una candidatura vecinal independiente los cinco mil de entonces les seguirían ciegamente. O acaso lo que realmente no desean es presentar una lista que les despierte de ese ensueño con un batacazo de órdago en las urnas. Aunque si nos remitimos a la historia más cercana, yo estaría equivocado y en la futura asamblea local se sentarían otros cuatro o cinco «avis». Lo que más me cabrea es que el llantímetro, que ya se está comercializando, me llega unos añitos tarde. Y me temo que el código del lamentímetro no lo descubrirán antes de que me jubilen.

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