Diario de León
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León

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DOS focos, cegadores de tanta luz, iluminaron la conmemoración de Todos los Santos y ahuyentan las sombras de la festividad de hoy, Día de Difuntos. Los dos eran hombres del cine: el español Juan Antonio Bardem y el italiano Raf Vallone. Los dos octogenarios. El académico Fernando Fernán-Gómez no esconde su admiración por Bardem, director de cine, escritor, productor, músico, dibujante, cómico, ingeniero agrónomo, campeón de natación, comunista y ludópata al mismo tiempo. Le califica de maestro y director fundamental en las décadas de mediados del pasado siglo. Nunca se traicionó y quizá por ello, reflexiona, se reía siempre de forma alegre. Otros muchos han destacado sus cualidades, pero en todos, sin excepción, figura la palabra coherencia. Su acompañante a la nada también era hombre del cine: Raf Vallone, actor, periodista, jugador de fútbol, crítico e intelectual. El actor de los ojos claros y ganador de un Oscar interpretando un drama del premio Príncipe de Asturias de esta edición, Arthur Miller. Eran tan cegadores estos dos faros de luz, que hasta sombrearon la tragedia del seismo italiano que sepultó las sonrisas de los niños bajo los escombros de su escuela. Y en el cementerio de mi pueblo coincidí con un amigo de escuela que lleva tres décadas ganándose el pan y la leche en el País Vasco. Es un maqueto, aunque no lo admite. Se entera de poco, o casi de nada, de lo que pasa. O lo disimula. Se limita, dice, a trabajar, oir, ver y callar. A ejercer de maqueto para subsistir, para resistir hasta la jubilación y regresar a la sombra de las choperas del pueblo. Quiere demostrarme que no tiene miedo, pero se le nota en los ojos. Le informo que para hoy mismo -ayer para todos- estaba convocado un acto en favor de los presos etarras, en el que iba a participar Ramón Gil Osteaga, excarcelado por la juez de vigilancia penitenciaria, Ruth Alonso. Y me corta de cuajo: «Déjalo, Chencho; no son temas para hablar en el cementerio; recemos por nuestros padres: por los tuyos y por los míos, que aquí reposan». Fue como un amén. Hizo la señal de la cruz, entornó los párpados y comenzó a rezar. Yo no pude rezar, sólo pensar en ese miedo veloz y profundo que atenaza a hombres como este viejo compañero-niño de pupitre en la escuela del pueblo. ¿Cuántos como él viven atormentados, paralizados, en el País Vasco? ¿Son los silencios, como el suyo, los que permiten homenajes a presos que han llenado cementerios de flores y lágrimas? ¿Hasta qué punto es tolerable por los familiares de las víctimas?. El etarra Gil Osteaga iba a ser glorificado como gudari, mientras a diez kilómetros de mi pueblo, estaría rezando la viuda y familia de Casado, el último mártir leonés a manos de la banda etarra. Por una vez, la consejería de Interior del Gobierno Vasco fue sensible y no autorizó la bandolería. Fue una decisión coherente. Como la vida y obra de Juan Antonio Bardem y de Raf Vallone.

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