Diario de León
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León

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ERA raro que los pastores no aprovecharan las ascuas de las hogueras que prendían en el campo para asar unas patatas o unas castañas. Metidos en el otoño, el frío y el almuerzo se conjugaban bien al calor de cuatro palos. La hoguera del pastor es un símbolo ardiente de la inteligencia económica de las gentes que, durante siglos, apenas dependieron más que de sí mismos para subsistir. Calor y fogón de la misma energía. El pastor también apañaba setas y llegaba a casa con el zurrón lleno. Pero llegó el progreso y dijo que el de pastor era un oficio ruin, que apenas querrían trabajar los inmigrantes. Al agricultor le dijeron que sus productos no son rentables y le enseñaron a vivir de las subvenciones para que se extinguiera con ellas en el 2013 o poco más allá. La economía se globalizó y decidió que era mejor exportar las flores de Ecuador, donde los obreros tienen que fumigarlas sin mascarillas; que la ropa la hicieran los chinos, los marroquíes o los coreanos, que son más baratos y sus regímenes políticos (comunismo, dictadura) garantizan la paz social; que era más barato el carbón africano y el ucraniano o el gas de Argelia. Y, en fin, que los seres humanos somos más fáciles de doblegar, torcer y manejar cuanto más dependientes. Y ahora dependemos del mercado: el mercado de trabajo, el mercado de consumo, el mercado de la salud, del bienestar, de la moda (esclavas y sufridoras de zapatos de chúpame la punta y del wonderbra y la cirugía estética)... Tiene razón Alberto Pérez Ruiz al decir que al campo, al mundo rural se le ha maltratado. Y se le maltrata. Incluso con los falsos discursos de defensa de lo rural. Ayer, las patatas andaban por los suelos. Los productores arrojaron diez mil kilos en la plaza pública, a las puertas de la Junta de Castilla y León, para mostrar la indignidad del trabajo que les llevó sembrarlas y arrancarlas: se las compran a tres céntimos y se venden en los supermercados a 60 céntimos. A ellos les costó ocho céntimos el kilo.

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