Diario de León
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León

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LA élite carpetovetónica, campeona en lujo, chorrez y presunta exquisitez a la hora de llenar la andorga, solo papea jamón ibérico. Para fardar de entendido, no basta con pedir que el patanegra tenga cinco bellotas en su rutilante envoltura, detalle que supone la bagatela de unos dos mil euros el kilo, y gruesas denominaciones doradas con los nombres mágicos de Guijuelo y Jabugo. Serás considerado un aldeano, un patán de gruesa cartera sin encanto, si no exiges al maestresala del restorán perísimo que en tu plato solo aparezcan lonchas de cochino andao. -Borja: ya piden ibérico hasta las criadas. Quieren y no pueden. Donde esté el cochino que camina por la dehesa y engorda a bellota y pasto, paseado para que el músculo se entrevere de tocino, que nos quiten esos jamones de recebo apestosos a cochiquera. Y además es muy bueno contra el colesterol malo, que me lo comentaron el otro día en el consejo de administración. No sé donde va a llegar España entre advenedizos y emigrantes. Estas ínfulas gastronómicas de ricachos banales, sumidos en el oropel del club privado, la conducta fachosa y mente de cartón piedra, las practicaba la Corte de los Milagros y su patulea de reyes, aristócratas, validos, generales, obispos, ministros y demás fauna nobiliaria husmia del poder. ¿Saben en qué consistía su desmadre gulosibarítico? En meter el diente a los jamones del Bierzo, manjar de dioses transportado al Manzanares por la arriería maragata. Los producían cerdos bercianos criados en pocilga a berzas, nabina y mondas de patata y, en otoño, pastoreados a la rebusca de castañas, hongos y bellotas de robles y encinas. Marranos enormes, de hechura celta y gigantescos perniles, todo sabor dulce, jugosidad y excelencia, tras liviana curación ahumada al socaire de los Ancares. El jamón de cerdo negro, magro y huesudo, lo cataban gente de taberna y cuchitril, aunque gustaban más del tocino, calefacción natural de nuestros abuelos, puro sabañón.

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