Diario de León

Creado:

Actualizado:

Cuando el trabajo que siempre debería ser una vocación (llamada a un servicio social: medicina, sacerdocio, política, educación…), se convierte en una simple profesión (modus vivendi), en román paladino decimos que la calidad del servicio disminuye y, en muchos casos, se prostituye. En estas circunstancias, lamentablemente, los clientes son el objeto o la ocasión para que esos profesionales sin vocación de servicio obtengan un sueldo, amén de un cierto status.

Con la aparición de la pandemia del coronavirus y la consiguiente prolongada reclusión poblacional nos hemos acostumbrado a soportar resignadamente y en silencio no sólo las consecuencias trágicas de la clausura, volviéndonos pasivos y perdiendo muchas ilusiones vitales, pero, sobre todo, estamos aceptando, con absoluta pasividad, algo social y personalmente inaceptable, es decir, esa sarta diaria o semanal de ciertos mítines políticos o sermones religiosos, según el tiempo. En ambos casos, políticos o clérigos sin verdadera vocación de servidores públicos, cumplen su tarea de «berrear» mensajes de su argot profesional en los que no creen ni ellos mismos; se les nota a primera vista que cumplen un mandato, que llevan a cabo unos rituales, que nos leen unos mensajes fríos y vacíos de contenido y, en no pocas ocasiones, mal preparados y hasta carentes de la más elemental coherencia. ¡Ah!, con el agravante de que esos asalariados de la política o de la religión no admiten réplica ni preguntas que les pongan en cuestión…, porque ellos son (dicen ser) los enviados y nosotros debemos ser silenciosos corderos, ante tales berreas cíclicas.

En ambos casos, políticos o clérigos sin verdadera vocación de servidores públicos, cumplen su tarea de «berrear» mensajes de su argot profesional en los que no creen ni ellos mismos; se les nota a primera vista que cumplen un mandato, que llevan a cabo unos rituales, que nos leen unos mensajes fríos y vacíos de contenido y, en no pocas ocasiones, mal preparados y hasta carentes de coherencia

Política, en su origen etimológico, sería el arte del buen servicio y cuidado que prestan al colectivo cívico, (a los habitantes de la polis), otros ciudadanos elegidos democráticamente por la población (demos-kratos = poder del pueblo). Paralelamente, en el ámbito religioso-eclesial, la homilía o sermón, dicho sin retruécanos, sería una breve explicación a los fieles allí congregados del mensaje bíblico contenido en las lecturas sagradas, aplicándolo a las necesidades y preocupaciones de los asistentes. Pero, pero, pero… eso, tanto en los mítines (meeting = reunión) políticos, como en los sermones religiosos, exigiría que los enviados a presidir esas reuniones conocieran de antemano los intereses/necesidades de sus clientes y estuvieran dispuestos a recibir sus preguntas o sus críticas; es decir, nada de todos en silencio soportando la berrea de los enviados (tantas veces anodina, vacua, sin el más elemental interés o relación con las necesidades de los reunidos). Tales reuniones deberían empezar siendo, con normalidad, como una mesa redonda moderada, no monopolizada, por el enviado de turno, comisario político, coadjutor o párroco, según se trate de un mitin o de una convención religiosa.

Llámense como se llamen, lo importante, si queremos que esto vuelva a funcionar y todos recuperemos las ilusiones perdidas o, por lo menos muy apagadas en la actualidad, participando en la verdadera política y en la auténtica asamblea sinodal-parroquial, ambas muy importantes para la mejora de nuestra convivencia ciudadana y para la buena salud social de la población, multicolor en ideas, en valores, en filosofías, en credos…; si de verdad lo quieren y lo buscan honradamente, tienen que dar un cambio profundo en las rutinas actuales, demostradas mayoritariamente falaces, vacías y de escasísimo interés para la gran masa, tanto en lo civil como en lo religioso.

Me explico: después de haber llevado a cabo un cierto recorrido con asistencia a algunos mítines políticos (estamos en plenas elecciones) y tras haberme adentrado en el mundo parroquial, conociendo muchos de los «corralitos» y bastantes «gallineros y a sus gallos» de nuestra pequeña ciudad de León, pregunto: los mitineros que nos han visitado ¿ha venido alguno a preguntarnos qué necesitamos, cuáles son nuestras prioridades, nuestras carencias? ¡No, padre! ¿Han venido con un carpetón de proyectos para mejorar la vida en la ciudad, en los pueblos con diez o veinte habitantes, para ayudar a mantener la agricultura de los pueblos, mejorar la educación de los niños y niñas, la sanidad de toda la población? ¡No, padre! Pues entonces, ¿a qué vienen? A mentir, a insultar a sus contrarios y suplicar nuestro voto, despidiéndose luego con sonrisas ellos y con lágrimas nosotros. Pues, para eso, señores políticos sin vocación de servicio, márchense con viento fresco.

Somos ciudadanos sencillos, buenas personas, pero no somos tontos. ¿Hay que volver a repetirlo? No somos tontos. Y si nos vienen a engañar, acaso les demos una respuesta muy desagradable para sus intereses bastardos. Insisto, no nos traten como soldaditos de tropa, porque tenemos tanta o más graduación que la mayoría de ustedes. Tiraremos del carro, si ustedes se bajan de él y se uncen al yugo común y nos ayudan a salir de este barrizal en el que nos tienen metidos. Vengan con realidades, no con cuentos de hadas.

A los ministros de los sermones: miren, muy estimados señores clérigos, (no se enfaden por lo que les voy a decir; les aseguro que no me lo invento), un buen número de ustedes, son mayores, como yo mismo y más; tienen muchas experiencias sobre sus espaldas, aunque con suertes diversas, porque, tras el Vaticano II, el globo del poder clerical, del prestigio y del besamanos se fue desinflando y la estampida de diocesanos y regulares en los años 1965-1995 vació seminarios y noviciados: una tragedia de la que muchos, (laicos y religiosos), aún no se han repuesto, lo cual mina la autoestima y la salud psicoespiritual del colectivo creyente, de ahí tantas caras con rictus de amargor que detecta cualquier observador fino; un escaso grupo, más jóvenes y con otras experiencias, van capeando el temporal, aunque tampoco se les vea exultantes.

Desde mi atalaya de observador creo que en España, por una grave falta de formación religiosa, no se dio a su tiempo la evolución hacia la modernidad, lo cual ha producido una profunda brecha o ruptura entre creencia y práctica religiosa. Me llama mucho la atención comprobar en charlas y tertulias con personas de cultura universitaria, que mantienen, dentro de su increencia, un rescoldo y hasta cierta añoranza infantil de los padres Astete y Ripalda, lo que acredita mi sospecha de formación religiosa muy deficiente. Siendo esto muy grave, para mí lo es aún más el hecho de que esta misma falta de formación la acusan muchos clérigos de cresta roja, con mando en los «gallineros».

A estas alturas del siglo XXI, la mayoría de los fieles, con más o menos inquietud religiosa, ya se mueven con valores de posmodernidad, mientras muchos responsables del pastoreo siguen titubeantes con mensajes y métodos tridentinos. Yo tengo que escuchar, casi escandalizado, homilías o sermones y catequesis infumables, y no digo lo que siento cuando un clérigo retro lanza, sin el menor pudor, una bronca inmisericorde, con amenazas infernales, a los fieles que sufrimos silenciosamente sus prédicas durante algunos oficios o ritos sacramentales.

En el quehacer político y en el pastoreo religioso, ambos plurales y nada unívocos, exigimos cada vez más preparación y más respeto, pero observamos que en la realidad se impone algo que ya pensábamos desterrado, el mensaje de T. Hobbes y de Plauto: «El hombre es un lobo para el otro hombre» (homo homini lupus) ¿Cómo es posible que una ministra pregunte con lenguaje rufianesco, sin rubor, «¿por qué —a los hombres— les dan tanto miedo nuestras tetas?»; ¿cómo es posible que en una pequeña iglesia parroquial, con cuatro ancianas y dos ancianos asistiendo a misa, el celebrante les abronque y amenace con el infierno, a ellos que asisten devotamente al banquete eucarístico? ¿De qué zahúrda ha salido esa deslenguada ministra o este agresivo e ignorante clérigo? ¿Sabe la ministra ordeñar una simple cabra, se ha acercado a menos de cien metros a las ubres de una vaca? ¿Ha estudiado el orgulloso clérigo un elemental librito de pedagogía catequética?

Pues, estamos buenos. ¡Como para votarles o como para seguir yendo a misa! O cambian mucho y rápido, o pierden toda la clientela, unos y otros. Amén.

tracking