Diario de León
Publicado por
Paqui Puente Durántez
León

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El pasado 9 de enero enterramos en su pueblo natal, Quintana de Fuseros, a doña Amable Álvarez López, fallecida a los 93 años, entre el anonimato propio de los tiempos que corremos y la intimidad familiar tan particular de su condición. Sirvan estas palabras como recordatorio de su paso por la vida y de homenaje a su memoria, la que le debemos todas las personas que fuimos sus alumnas y sus alumnos.

Cuando me tocó ir a «la escuela de los mayores» en 1972, ya muchas niñas y niños del pueblo habían pasado por el aula de tía Amable.

Tía era la pequeña de siete hermanas y hermanos en una familia humilde, como las demás de Quintana de Fuseros. La bisabuela Petronila y el bisabuelo Manuel trabajaron duro para que quienes de sus hijas e hijos quisieran estudiar se promovieran más allá de la vida agrícola y ganadera. Tía Amable eligió estudiar Magisterio en León mientras su madre y su padre se afanaban en las tareas cotidianas para conseguir el dinero suficiente con el fin de pagar la patrona y los materiales. Ella era muy consciente de aprovechar esa oportunidad. Consiguió el título y después una plaza por oposición en Boeza, que a los pocos años la llevó a su pueblo Quintana de Fuseros. Allí conoció al maestro don Alipio que más adelante sería su esposo. Juntos consiguieron no solo la alfabetización de tanta infancia y juventud, sino también la concienciación a las familias de lo que ellos habían recibido: experimentar que la educación facilita la vida de las personas para que puedan elegir trabajos según sus gustos particulares, con remuneraciones dignas. Buscaron vías para que el alumnado siguiera los estudios de grado medio, grados superiores y universitarios para quienes superaran los exámenes correspondientes. Inicialmente fueron accediendo, sobre todo los niños, a congregaciones religiosas durante los años 50, 60 y 70 porque ofrecían lo que doña Amable y don Alipio habían comenzado. Más adelante se incrementó el número de estudiantes, chicas y chicos, a los institutos de Bembibre y a varios colegios de España ofertados a las juventudes de las cuencas mineras. Así afloraron vocaciones profesionales y universitarias de todo tipo, hasta tal punto que la proporción de estudiantes y personas tituladas en nuestra pequeña aldea llegó a ser de las más grandes en todo el territorio nacional. En Colegio Santa Bárbara de Bembibre, donde se jubiló, ejerció su profesión con la misma riqueza personal y profesional que trató de inculcar siempre en su alumnado.

Aunque para mi tía no fue fácil encajar la muerte prematura de su esposo, que la dejó con un hijo y dos hijas a cargo, nunca dudó en continuar incansable su trabajo con excelencia. Era una maestra de la «antigua escuela» tan eficaz que sabía combinar la rectitud, la exigencia y la responsabilidad con la ternura y el afecto. Dentro del aula se hacían necesarias las tareas sistemáticas diarias: cuentas perfectas para las que era imprescindible conocer al dedillo las tablas de multiplicar, dictados cada tarde en los que no se obviaba ninguna falta de ortografía, la conjugación automática de los verbos, las redacciones creativas, dar la lección delante de toda la clase, manejar el pupitre y la cartera con buen orden… todo nos iba madurando para salir a la vida, al mundo laboral o a los estudios en unas condiciones académicas envidiables. Aunque los recursos materiales eran escasos, disponíamos de pizarra con pizarrín, en los 70 ya pudimos estudiar con libros varios, cuadernos, bolígrafos, lápiz y goma. Día a día aquellas aulas abarrotadas de vida, de griterío y juegos en el recreo, tornaban a la seriedad del aula cuando veíamos que doña Amable iba a entrar a la escuela, su presencia nos introducía de lleno en la responsabilidad, a veces flexible, cuando llegaban momentos especiales como la Navidad o el fin de curso y nos daba cierto margen para hablar o para decorar el nacimiento. Quienes tuvimos la suerte de recibir sus enseñanzas y su pedagogía sabemos que ella disfrutaba haciendo su trabajo, se sentía orgullosa de cada promoción. Y con el lento progreso social y económico seguía fomentando en las familias el «salir a estudiar».

Puede afirmarse que fue profeta en su tierra, promotora de valores humanos y de libertades que más tarde llegarían a ser libertades democráticas. Si mis bisabuelos intuyeron que la educación es la mejor manera de promocionar a los pueblos, es decir, construir vidas felices, doña Amable lo llevó a cabo. En Quintana de Fuseros ha quedado para siempre su impronta en las generaciones posteriores que siempre han valorado la formación como imprescindible para poder acceder a una vida plena. Todo el alumnado del pueblo, el vecindario y las familias agradecemos por siempre su dedicación, su esfuerzo, la esperanza depositada en esa juventud que hoy es testigo de sus sueños más nobles, la educación. Misión cumplida para ella: doña Amable ha dejado un mundo mejor.

Y a título particular querida tía, muchas gracias por tu manera de recibirme cuando iba a tu casa, con esa cara de alegría y los brazos abiertos para achucharme mientras reiterabas una vez más tu maravillosos saludo ¡Ay mi tesoro! Gracias a por el inmenso regalo de tu persona.

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