Diario de León
Publicado por
Luis-Salvador López Herrero, médico y psicoanalista
León

Creado:

Actualizado:

Cuando alguien enferma de gravedad, el tiempo y el mundo se detienen por un instante para él mientras que, para el resto de mortales, ambos siguen girando como si tal cosa, ignorantes del sufrimiento que late tan próximo. A veces, los más allegados y conmovidos por la noticia, intentan paliar la situación con palabras de consuelo o de esperanza, la mayor parte de las veces dichas automáticamente con buena intención, pero incapaces de cernir el momento angustioso que el sujeto padece en su deriva, convertida, en corte existencial.

No hay manera de padecer el mismo dolor del sufriente, ni mucho menos de aprehender el vaivén de pensamientos que se ciernen en la mente del sujeto con un cuerpo gravemente enfermo, porque cada uno, en su burbuja, se defiende como puede de ese instante de pesadumbre y de angustia ante el porvenir. La empatía, ese concepto tan utilizado en los textos de psicología como difícil de asumir en los vínculos humanos, es el intento por hacerse cargo del sufrimiento ajeno sintiéndolo como propio. Algo que, por otra parte, se me antoja demasiado complejo de llevar a cabo en su autenticidad, salvo que exista una experiencia previa y algo más que el simple esfuerzo moral, de compasión humana. Y es que solamente allí donde palpita el amor, el partenaire del sujeto enfermo puede vivir en su mente la incógnita que se cierne a su alrededor, y sentir de un modo hiriente la sensación de pérdida que se avecina porque, en cierto modo, él también está concernido en la misma deriva.

Ayer estuve visionando el film de Michael Haneke, titulado Amor, en el que un matrimonio de ancianos se confronta en soledad con el destino más humano: la enfermedad y la muerte. Reconozco que conocía la película desde hacía tiempo aunque había preferido no verla, sabedor de la situación morbosa demencial que allí se encerraba, tan próxima a mi quehacer profesional. Ahora puedo manifestar que es una película tierna y estremecedora a la vez, en la que se aborda el desamparo y el sufrimiento que se ciernen en un par de ancianos, de nuestra época, al hilo de tanto progreso técnico como comunicación «líquida» virtual. En el film se describe, con total verosimilitud, la convivencia dramática de una pareja en medio del deterioro que va introduciendo una enfermedad que, no sólo limita el movimiento del cuerpo, sino también la propia lucidez de la mente. Temática patológica de suma actualidad, desgraciadamente, cuya capacidad para generar sufrimiento no tiene límites.

s enormemente meritorio, por parte del director, el manejo lento de la cámara mediante planos fijos suficientemente medidos, con el fin de acercarnos al vínculo de la pareja, dominada por la enfermedad, la zozobra y la incertidumbre. En ocasiones, se hace difícil sostener la mirada porque el tedio de sus vidas o el avance inexorable del proceso, turba considerablemente nuestra tranquilidad como espectador. Asimismo es ejemplar el trabajo parsimonioso de los actores, para mostrarnos la transformación que ambos van sufriendo mientras la vida sigue su curso cotidiano para todos los demás: alumno, hijos, vecinos o profesionales sanitarios.

Reconozco la dificultad que siempre entraña el contacto con este tipo de situaciones para los profesionales de la salud, y la posibilidad de no estar siempre a la altura de las circunstancias, porque somos humanos, quizá demasiado humanos, tal como la película sabe mostrar a través de la escasa implicación afectiva del médico o la mala praxis de alguna cuidadora. Aspectos que muestran, de forma fehaciente, el desamparo desgarrador que muchos de estos enfermos y familiares sufren en silencio. Y es que, inconscientemente, todo el mundo se defiende ante la imposibilidad que se avecina, refugiándose en la máscara cotidiana frente al horror que suscita tanto el miedo como el sufrimiento, o la presencia desgarradora de la muerte. Ante esta coyuntura de franca desesperanza llama la atención el trato sumamente delicado de la pareja, «conocedores» de la situación, y cómo la enfermedad les va confrontando con la pérdida de su mundo, así como los sinsabores que se van introduciendo en este tipo de procesos terminales, mientras la ternura pugna aún por seguir manteniendo un lazo cálido en medio de la tempestad. Ante esta coyuntura de desesperanza llama la atención el trato delicado de la pareja, «conocedores» de la situación, y cómo la enfermedad les va confrontando con la pérdida de su mundo ¡Cuántas preguntas se despliegan por la mente en estas condiciones! ¡Qué temores y desconciertos irán dibujándose en el seno de la pareja hasta limar cualquier deseo de vida! Y sobre todo, ¡qué angustia se va cerniendo en el partenaire del enfermo con demencia mientras va contemplando el alejamiento progresivo del ser que tanto ha amado! ¿Es posible, en este contexto, matar por amor? La película lleva la situación hasta este extremo y conviene ser cauteloso en este punto tan en boga, para no confundir el amor con la desesperación del momento, con ese «Ya no puedo más… No lo soporto» y sus vivencias pretéritas subjetivas. Efectivamente, en el film, allí donde el partenaire, después de todo este calvario de deterioro, aislamiento social y desconexión afectiva que va sufriendo la pareja, se confronta con la persona amada enferma y el recuerdo de su propio desamparo infantil, y siente que ya nadie le responde, ni siquiera el rictus facial más espontáneo, entonces éste, de forma brusca e inesperada, pasa al acto para seguir más tarde él mismo su propio destino mortal, siguiendo la estela del objeto infantil perdido. ¿Qué queda en la retina del espectador después de un film tan verídico como certero a la hora de plantear los afectos humanos en el contexto de situaciones límite? Si no la han visto y tienen la oportunidad, contemplen la película y contesten a esta pregunta lanzada al alma humana en medio de un mundo en el que la soledad frente a la muerte es verdaderamente lo más real

tracking