Diario de León
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En el Bierzo llamamos garrocha a la cepa o vid seca, arrancada-partida, y también al trozo grande procedente de la poda. Las garrochas y los sarmientos o sarmienta eran esenciales para hacer un buen fuego, para cocinar y quitar el frío.

En las viñas, mi querido padre era muy perfeccionista y exigente cuando había que hacer las medas. Los manojos se colocaban con perfecto orden y simetría hasta completar toda la altura, en forma cuadrada o en círculo. Rara vez se rompía un «brincayo» o se «esfurricaba» alguna parte o ladera.

Entonces sí se apañaba la sarmienta, no se trasquilaba con las tijeras de podar y se dejaba tirada en el suelo.

Ahora los «pulpeiros» siguen cociendo el pulpo en grandes calderas de cobre, pero ya no queman «manizos» o «feixes» de sarmienta, pues hace mucho tiempo que utilizan la bombona de gas butano.

En Villafranca era famoso el señor Luis Álvarez, alias Nixo , que siempre ofrecía gratis un rabín de pulpo para probar. Le sucedió su hijo Manolo, pero falleció también hace ya muchos años y, desde entonces, los villafranquinos nos quedamos sin pulpeiro local.

Sí nos visita con frecuencia y hace buen negocio, especialmente en el verano, un «pulpeiro» de Cacabelos, Carlos, que monta el «tenderete» enfrente del parque infantil y tiene a su disposición agua corriente municipal.

Ahora el confort moderno es tan grande que ya no supone un esfuerzo, una valentía, levantarse para ir al cuarto de baño, y los pijamas son tan bonitos, cómodos y elegantes que dan ganas de salir con ellos a la calle

En verano son muchos los turistas y los peregrinos que saborean este famoso y rico «pulpo a feira o al estilo gallego», sin patatas, patacas, o cachelos, pero sí con pan y vino.

Todo el mundo ya sabe que con pulpo, pan y vino se anda mucho mejor el camino, el Camino de Santiago, el camino Francés, en el que mi pueblo es parte esencial, y yo, humildemente, uno más de sus fieles hijos:

«Llueve mansamente en Villafranca, como a mí me gusta. Miro a través de los cristales del balcón, a pie de calle, y veo como pasan, muy cerca, los últimos peregrinos del día. ¿Qué tiene el Camino de Santiago, qué les da...? Mi pensamiento va y viene, sube y baja las escaleras, deambula por el desván, por la bodega, entre vivos recuerdos y esperanzas. He vivido bien en muchos sitios, pero soy de aquí, nací aquí, en esta habitación de al lado, en esta casa de mis padres, de mis abuelos..., en «O Fondo do Campo».

Más de una vez me ha gustado contar que he sido experto podador de cepas y gran asador de castañas: ¡Arte, arte, cómo te pierdes! Ahora ya no robo corazones ni siquiera en el Bierzo, pero sé muy bien que «la hermosura nunca se pierde, simplemente se transforma», que este axioma siempre se cumple en las chicas de Toral y de Cacabelos.

El fuego del hogar: «Si andas jugando con el fuego te puedes quemar..., y te harás pis en la cama».

Así nos lo decían nuestras madres.

En casa, además de la «cocina económica», teníamos cocina baja o chimenea. También cocina de gas butano, estufa de carbón, y, a veces, en la bodega, «chambombas» que quemaban el serrín que traíamos de Maderas Villafranca.

Aún así las camas estaban frías, por eso unos minutos antes de acostarnos llenábamos con agua muy caliente una o dos botellas de sidra El Gaitero, que se deslizaban muy bien entre las sábanas (el método del ladrillo calentado en el horno, empleado por algunos, resultaba demasiado estático y menos práctico)

Entonces los colchones eran de lana, y las mantas pesaban un montón.

Ahora el confort moderno es tan grande que ya no supone un esfuerzo, una valentía, levantarse para ir al cuarto de baño, y los pijamas son tan bonitos, cómodos y elegantes que dan ganas de salir con ellos a la calle.

En aquella época, siendo niño criado entre tizones, nunca me queme.

Algunos años después, también empezaron a darme calor los fuegos que desprendían los ojazos de Sarita Montiel.

Antes, cuando metíamos las piernas debajo de las faldas de la mesa camilla para calentarlas en el brasero de carbón vegetal, nos decían que tuviéramos cuidado, pues se podían producir sabañones en los dedos de los pies y cabras, en las piernas de las chicas. Seguro que la gente de mi edad lo recuerda bien.

Supongo que, en algunas ocasiones, al acostaros, siendo niños, le pedisteis a vuestra madre, o padre, que mirara bien debajo de la cama. Todavía ahora, siendo mayores, hay personas que dicen tener miedo de sacar fuera los brazos o los pies, y se arropan de tal manera que no dejan al descubierto ni las orejas. Menos mal que, por mucho que llueva y truene y relampaguee, no se marcha la luz ni quedamos a oscuras. Yo, de todos modos, sigo teniendo velas en mi casa de Villafranca, que esa sí es una casa de verdad, de las que meten miedo, con su bodega, desván, telas de arañas, ruidos, sombras, bichos salvajes y gamusinos. ¡Qué emoción!

El cocidito: Todos los domingos del año en mi casa comíamos cocido. Recuerdo que siendo niño mi madre solía pedirme que vigilara el fuego, que lo avivara o lo atizara con leña para que la olla principal, la de las carnes, no dejara de hervir sobre la chapa negra de la cocina económica y, también, al mismo tiempo, para que esta gran olla principal no se quedara sin agua suficiente, agua caliente que había que ir reponiendo, que yo sacaba, con un cucharón, de otra pota, cazuela o cacerola mucho más pequeña, auxiliar, que también entonaba su propia melodía con un tono algo menor, alejada unos palmos de la protagonista.

El escenario se completaba con otras dos bellas actrices: la olla en la que bailaban los garbanzos, de secano, de Ancares, y la olla en la que se iban haciendo pequeñitas las verduras...

Todo el concierto de olores y de sonidos matinales estaban a mi cargo hasta que la inteligente, buena y hermosa directora del espectáculo aparecía en el gran escenario de la cocina y, muy bajito, con voz queda, cariñosamente, se me acercaba, me besaba y me preguntaba:

—¿Estas bien, has tenido mucho cuidado para no quemarte...?

—Sí, mamá, todo muy bien, puedo estudiar y vigilar el cocido sin ningún problema.

Mi madre sonreía feliz, me preguntaba si quería algo y luego continuaba con las muchas tareas que siempre hay que hacer en una casa grande de labradores.

Entonces aprendí que hacer bien el cocido es un arte que no está al alcance de cualquiera. Los garbanzos deben cocer lo suficiente, ni mucho ni poco, lo justo, para que estén tiernos y, al mismo tiempo, no se despellejen.

Las verduras son también muy especiales, debemos conocerlas, no se pueden poner a cocer todas juntas y revueltas: hay que seleccionarlas, darles un buen trato, individual, dedicarles el tiempo que necesitan...

Las patatas son punto y aparte, les gusta hacerse solas..., y no quedarse frías...

El cocido, nuestro cocido español, sea del Bierzo, de León, de La Maragatería, o de Madrid, tan común, debe considerarse como una exquisita gran obra de arte clásico, esencial en nuestras vidas, una fiesta gastronómica de carnes, legumbre, verduras, tubérculos y condimentos varios como el aceite, el pimentón y la salsa de tomate que invitan a disfrutar de un gran placer plenamente considerado y bendecido por todas las autoridades.

¡Ah, perdonen!, se me olvidaba decirles que los trozos de espinazo del cerdo hay que ponerlos a cocer separados de las otras carnes, pues sueltan huesecillos que resultarán algo desagradables si se presentan mezclados al servir la mesa.

Han pasado muchos años, y sigo recordando aquellas maravillosas obras musicales que magistralmente interpretaban las cazuelas al fuego sobre el escenario de la cocina económica.

De aquella dulce, romántica y vieja sinfonía del cuarteto de cacerolas, sobre el fuego de leña, se ha pasado al vibrante cantar de la impresionante solista olla a presión que tantas satisfacciones y alegrías nos produce, ahorrándonos tiempo, preocupaciones y gasto de energías. Viva, pues, la olla exprés y los talentos que la crearon.

Disfruten, sean felices. ¡Espumen bien el cocidito! No olviden que las hermosas mujeres glamorosas del cine de Hollywood osaron lucir pantalones para exhibir sus encantos, y Las «Diosas del Cúa» de Cacabelos, tan deliciosas, pero más recatadas y pudorosas, no se quedaron atrás y pronto se los pusieron para montar en bicicleta y subirse a los cerezos. Las caucabelensiñas son únicas.

«Mujeres pensadoras, más encantadoras»

Hay veces que escribo con tanta pasión que hasta las letras se me corren.

El que esté libre de culpas...

Con toda Burbialidad.

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