Diario de León
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Algunas veces es bueno mirar atrás y recordar aquellos viejos tiempos de amistad, de amigos de verdad, paseando por el romántico Jardín de la Alameda de Villafranca, sentados en cualquier banco o tumbados en la hierba de la Herradura. Podría escribir cientos de nombres entrañables, imposibles de olvidar. Alcanzaría a contar muchas historias, rememorar discusiones, debates, cuentos, anécdotas.

El jardín, nuestro jardín, el mejor de todo el noroeste español, era el lugar de encuentro, ágora griego y foro romano, donde pasábamos gran parte de nuestro tiempo, donde hacíamos vida social, ligábamos ilusiones y tejíamos proyectos, jugábamos, escuchábamos música, leíamos prensa, libros, hablábamos de poesía, de teatro, de historia, de política, soñábamos...

—¡Deja ya de darme la barrila, chaval, que estoy harto de tanta poesía!

A veces, también nos enfadábamos un poco, pero nunca llegó la sangre al Burbia, ni siquiera a la alcantarilla aquella que, al descubierto, al borde mismo de la carretera N-VI, haciendo de cuneta, llevaba las limpias aguas de nuestra más ilustre y famosa «meona», divinamente aposentada en su trono de leones, que es la Fuente del centro a la que llamamos «Cascada». Este paraíso de nuestra juventud, con sus cuadros de mirtos formando laberinto, con sus pájaros y flores, con sus grandes negrillos y plátanos de sombra, además tenía un pinsapo enorme que ascendía orgulloso hasta el cielo, como si fuera el mástil del barco de vela que habría de llevarnos fuera de casa, por ahí, lejos, para que viéramos mundo, pero sin olvidar jamás la raíz y la esencia de ser siempre villafranquinos.

De niño, de joven, he soñado mucho en este lugar sagrado, y por su santa influencia he seguido soñando siempre, en cualquier sitio, en todas partes. Junto al amado Burbia, en este sin igual romántico Jardín de la Alameda, en silencio, meditando, quise comprender la vida, sentir la dialéctica de las flores, de los pájaros, del agua, de las estaciones, de la lluvia, del viento, del frío, del calor, de la sombra, de las ausencias...

Entonces, hasta las cosas más simples y humildes tenían valor, valían, sabíamos valorarlas, y si alguna vez hacíamos el indio era conforme con lo que tú, querido Manitú, nos pedías. Ahora, a las personas normales y corrientes, amantes de la naturaleza, nos está prohibido ir por la vida en paz, tranquilamente, pues se imponen leyes tan ignorantes que nos rebajan hasta el extremo de tener que soportar que los mandamases nos dicten lo que es verdad y lo que es mentira, que nos decreten lo que debemos hablar y lo que está prohibido bajo castigo de enorme multa y privación de libertad. La «política», la mala política, ha traído el enfrentamiento, lo ha manchado todo. Los quijotes de verdad no podemos permitir que nos impongan pensar como ellos quieran.

Tú sabes, Manitú, que siempre he sido tan pacífico que nunca jamás tuve necesidad de fumar la pipa de la paz, que el humo me molestaba demasiado, tanto como las arbitrariedades, las injusticias y las imposiciones de los más necios. Ahora, consecuentemente con mis principios (y finales), ante la peligrosa y dañina estupidez de los que dictan leyes, me veo obligado a decir que no estoy satisfecho con estas seis contumaces disparates: ley de plazos del aborto; ley trans (o ser a la carta); ley del sólo sí es sí; ley animalista; ley de memoria democrática; y ley que permite a los okupas hacer lo que les sale de las criadillas. No me gustan por la simple razón (no ideológica ni religiosa) de estar tan mal hechas que, lejos de buscar el bien común en beneficio de todos, nos arrastran a funestos resultados, tan tangibles, cuantificables y evidentes que se pueden negar. Creo que el filósofo Gustavo Bueno me daría la razón, pues, la ley, cualquier ley, debe ser juzgada por su justicia, por su utilidad, por el beneficio social, ético y moral que su aplicación produce.

Querido Manitú, yo no entender a los villafranquinos de Barcelona que tienen tan hermosos recuerdos del Jardín, del Burbia, del Teatro, del Carnaval, de la Fiesta del Cristo y, al mismo tiempo, gritan que Cataluña es una nación, que España les roba y quieren la independencia. Con añoranza recuerdo aquellos tiempos de «maría castaña» (o más bien de Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo) cuando éramos pobres pero nos odiábamos menos, nos queríamos más y los suicidios, al contrario que hoy, eran muy excepcionales. Ahora, la mala política nos ha hundido en la «dictadura de las locas minorías» que sólo buscan el enfrentamiento, la gresca, y la discordia: río revuelto y aguas turbias van siempre en beneficio exclusivo de los furtivos y los malos pescadores. Mejor que nos gobierne la Inteligencia Artificial (IA) que la Ineptitud Natural de los mandamases.

A ver si comprenden que la información no es coacción, que cuanto mejor informado se esté mejor se podrá decidir, y esto vale para todo, sea para firmar una hipoteca, comprar un vehículo, escribir un artículo, llenar el carro de la compra, o decidir sobre el aborto. La información, si no es impuesta, siempre es benéfica y verdaderamente progresista. ¿Acaso creen ustedes que información y coacción son sinónimos? ¿Dónde están los buenos intelectuales, qué hacen, para qué nos sirven...?

«Montar en cólera es peligroso, incluso para los equilibristas. Doblar la calle me parece imposible».

«Sólo vemos bien cuando miramos con el corazón limpio y abierto».

Hogaño, habiendo cumplido con mi deber de ciudadano que defiende la paz, la justicia y la concordia; ya sólo me queda proclamar que en mi corazón se ha ido acumulando el dolor que han dejado los amigos que se han ido y ya no pueden vivir este hermoso y romántico Jardín del Edén de Villafranca, Ágora y Foro de nuestra buena convivencia de juventud, de nuestra inmarcesible nostalgia.

«Nunca he conocido a nadie que soñando me ganara». ¡Perdóname, Manitú! El que esté libre de culpas...

Con toda Burbialidad.

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