Diario de León
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No busquen en el diccionario tradicional la definición o las acepciones del vocablo. Hay que encontrarlo en el román paladino, en el lenguaje del pueblo llano e incisivo, refiriéndose a lo que está dicho «de forma clara, simple, concisa, sin adornos o complicaciones», y que todo el mundo entiende. Leo en Google: Como bien es sabido «ser un jeta» es una expresión habitualmente utilizada para referirse a un caradura, una persona sinvergüenza, desvergonzada, descarada o de poca catadura moral.

Todos tenemos la experiencia de encontrarnos alguna vez con un jeta, el cual se aprovecha, cuando las circunstancias se lo permiten, de la buena fe o la bonhomía del personal. El jeta puede ser un gorrón, un manipulador de las ideas, de las normas de la convivencia y un «psicopatón» de tres narices (en este caso, psicopatón no es, exactamente, el aumentativo de psicópata, dejando este último término al territorio psiquiátrico, psicológico o sociológico). Su campo de acción abarca un amplio abanico en el convivir humano.

El jeta, al margen de ser más o menos inteligente, lo que más le caracteriza es que es listo analizando las situaciones en las que los gilis andan despistados y los panolis inmersos en su candidez. Hay que reconocer que posee la habilidad del trilero. Como buen manipulador es capaz de aparentar y derrochar empatía y simpatía, aunque sean más falsas que una moneda de madera, pero sabe que funciona. Es más, cuando tiene o detenta un poder institucional, y ya no digamos si es político, logra tener, como experto corifeo, un coro de incondicionales a quienes dirige, dada su actitud y conveniencia para ser dirigidos. Ahí reside uno de los misterios de la dinámica que utiliza para sacar provecho el jeta: existen muchas personas aspirantes a jetas, en estado embrionario, y que ven en el jeta, plenamente desarrollado, el líder que necesitan.

Se identifican con el «agresor», tratando de poseer sus habilidades para obtener así los beneficios o réditos de sus artimañas. Craso error por otra parte, pues el jeta parte de un principio inamovible: primero yo, después yo, y si sobra algo, como mucho nos lo repartimos. Y eso si no los fulmina cuando ya no le sirven para sus tejemanejes. Otra de las características del jeta, con mando y poder en plaza, es que es inmune a las críticas, que no le hacen mella alguna al tener la piel muy dura (y por supuesto el cerebro emocional), y solamente le afectan aquellas que pongan en peligro el poder que tanto le hincha su ego.

Entonces, suele revolverse negando la mayor, primero, y proyectando después sus miserias que nunca reconoce, obviamente. No le da empacho alguno en ser hiriente y cáustico con sus oponentes o adversarios demostrando con saña, si viene al caso, su condición de depredador. Si bien es fácil reconocerlo después de constatar las artimañas del interfecto, el personal tiende generalmente, incrédulo o connivente según los casos, a no dar la importancia debida al asunto, dejando para más adelante (en el caso de la política, al periodo electoral) el posible ajuste de cuentas.

Y es precisamente ahí donde el jeta utilizará sus mejores armas de seducción, de engañador y trilero profesional, ofreciendo el oro y el moro, y tratando de convencer sobre todo a quienes creen que van a sacar beneficio de su astucia, para que le sigan apoyando. Y es que los jetas en esencia, presencia y potencia son muchos en la viña del Señor…

A mí me ocurrió, hace poco, que estando durmiendo tuve un sueño, que acabó realmente en una pesadilla, en el que estaba, primero, en plan bucólico-pastoril escuchando al poeta embelesado que le respondía a su amada aquello de «¿y tú me lo preguntas?, poesía eres tú». Pues bien, de repente aparece un tipo de cara y nombre de etimología pétrea tratando de engatusarme con promesas usando ademanes suaves y bien estudiados, porque yo tenía (en el sueño, claro) un poder que a él le interesaba (que digo yo que sería el del voto) va y me pregunta que qué era un caradura. Fue entonces cuando el sueño se convirtió en pesadilla, y en medio de un sudor asfixiante y una mirada desorbitada le respondí: ¿Y tú me lo preguntas?, caradura eres tú. Luego me desperté sobresaltado.

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