Diario de León
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La capacidad de supervivencia del PSOE en la política del Reino de España se acerca a lo inverosímil, a la vista de lo sucedido con sus pares en Europa.  Desaparecidos por incompetencia y anquilosamiento en Francia e Italia, moribundo en Reino Unido, vacilante aunque gobierna, en Alemania. Solo en Portugal colea con cierta relevancia con su política versátil que bien podría ser firmada por la derecha. 

La magnitud del daño que ha hecho el PSOE a la nación desde que nació a finales del siglo XIX de la mano el primer Pablo Iglesias es para  medirla con vara muy alargada.  Responsable principal del conflicto armado que dejó a la República en manos de los golpistas, es la cosecha gloriosa de su primera etapa. Excluyendo los seis primeros años del señor González M. que podemos valorar como virtuosos, sus  seis años restantes, la legislatura y media del Sr Rodríguez Z y la una y veremos del Sr Sánchez C, en su segunda etapa, han dejado la democracia a los pies de los caballos. Aún así conserva la fidelidad de tres millones de votantes. Que más que votantes habría llamar fieles,  o mejor aún feligreses. 

Porque esa resistencia al colapso  tiene una explicadera. Y esta se halla en una órbita  que no es parte de la política aunque sí gira en torno a ella. El PSOE, más que un partido, es propiamente una secta o, (no se me ofendan sus fieles,) una iglesia. 

Y lo es por una razón más que sencilla, tiene su teología (es decir, su dogma, perfilado con su primer apóstol, don Pablo, (no el de Tarso, el de Ferrol) Iglesias Posse; sus evangelistas, y sus mártires. Ningún partido político  democrático tiene mártires, o sea víctimas, pero el PSOE los tiene y esa es la mayor de sus fortalezas. Lo mismo que  la Iglesia del Vaticano, el PSOE es indestructible por la fuerza de sus mártires, esos que sufrieron la violencia del franquismo.

De ahí la negra suerte que nos espera a los súbditos  de este Reino de España. Siempre atornillados a algún fanatismo: el católico apostólico romano, antes, el socialoide, ahora. Debe ser el distintivo primigenio de esta raza, llamémosla hispánica: la devotio ibérica, que decía Plutarco.  «Los que formaban el séquito de un caudillo deben permanecer con él en el caso de que éste muera. A esta suprema fidelidad llaman consagración o devoción.»

El poder de los mártires en la pervivencia de una idea es crucial porque la imagen de la víctima, del inocente que es inmolado por la violencia del enemigo, es la más poderosa. El PSOE nos ha acostumbrado a levantar la bandera del antifranquismo en las épocas de elecciones porque ahí tiene la sementera más valiosa: los miles de familias que conservan el recuerdo de alguna de las víctimas de la represión. Ese  santoral del PSOE, esa llama que se perpetúa a través de las generaciones es la que explica la lealtad sin fisuras de su feligresía. 

Lealtad que se mantiene en los miles de jóvenes de hoy a la ideología de sus abuelos. El culto al mártir de la familia, el fusilado, el exilado o represaliado es el vivero más fértil del PSOE. Habría que valorar si esas víctimas lo fueron de verdad o no fueron tan verdugos como sus adversarios.  Eso no importa, están sacramentados por la iglesia del PSOE y su influencia es perpetua. Es la desgracia que tenemos de vivir en un país que empotra sus raíces en el fanatismo, del color que sea, y lo ha hecho su seña de identidad más honda.

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