Diario de León

El regusto y el encanto de la infracción y su poder en la política

León

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Todo apunta a que el ser humano tiene una tendencia innata (¿?) a transgredir las normas que le encorsetan su libertad. Muchas de las leyes y mandamientos no dejan de ser un intento de evitar la inclinación natural a hacer justamente lo contrario. Esto ocurre porque se parte del principio de omnipotencia, y eso de que la libertad individual pueda ser limitada o deba adaptarse a la libertad de los demás le parece una pavada. En general, el personal, con el tiempo, va aprendiendo y aceptando que las leyes suponen, a la vez que un revés a sus deseos, una forma de entenderse razonablemente con sus semejantes.

Pues bien, hay personas, muchas, que no acaban de comprender lo referido y permanecen en su tendencia inicial de pretender imponer «su ley», transgrediendo las existentes. No me estoy refiriendo, exclusivamente, a los delincuentes contumaces, crónicos, de todo pelaje y condición. El artículo pone el foco, más bien, en los grupos políticos que aprovechan su poder, real o potencial, para tratar de satisfacer sus tendencias primigenias.

Es un hecho que muchas leyes hechas por los hombres tienen un carácter temporal, transitorio e incluso acomodaticio. Los tiempos cambian y las reglas del juego hacen otro tanto buscando acomodo. Es el concepto de ley o norma obsoleta, definido como «anticuado o inadecuado a las circunstancias, modas o necesidades actuales». Y como las circunstancias, modas y necesidades actuales tienen un componente subjetivo evidente, la idea de cambiar la ley pretendiendo «arrimar el ascua a su sardina» es tan viejo como el mundo. Acomodar la ley a los deseos propios y en su beneficio es un ejercicio muy común en los partidos políticos. Claro que hay partidos que, dominados por el placer de derogar, cosa que les excita sobremanera, se lanzan a inventarse realidades nuevas para justificar sus ansias instintivas del cambio. En realidad, muchas veces lo que predomina es el placer de «echar abajo» la ley que les obliga a su cumplimiento; es decir que existe un choque frontal entre el «imperio» de la ley y el «imperio» de su deseo personal. Es algo parecido a la metáfora freudiana de «matar al padre», pero en plan más asilvestrado. A grandes rasgos voy a distinguir los diferentes grupos o partidos políticos en los que se pone más de manifiesto el problema irresoluto con la ley. Es por eso que se prestan mejor, para la ocasión, los llamados extremos del arco parlamentario, aunque en todos ellos existan, con mayor o menor intensidad, la mencionada tendencia.

Como estamos como estamos, me voy a centrar, en principio, en los componentes de la llamada izquierda, graduable según la intensidad de la rojez hasta llegar al morado y encabezada por un felón narciso pseudo progresista. Son personajes que se autodefinen como progresistas con vocación desaforada de justicia e igualdad. No tiene nada de extraño que en cuanto vean una desigualdad vayan enseguida a tratar de corregirla, dado que, por principio, es una injusticia en sí misma; poco importa que la desigualdad sea de condición biológica, divina o humana, incluidos los géneros (lo de los sexos es un invento machista, cuya desigualdad se arregla, obviamente, con una nueva ley). Y con la gramática, otro invento machista, lo mismo. Descontentos, por principio, con las normas vigentes, establecen nuevas fórmulas para encajar sus deseos. Es la «erótica de la infracción». La idea motriz es muy simple: Nuestra misión es conseguir la igualdad, cueste lo que cueste.

Que digo yo, que la parte radical de la izquierda ecologista tiene una tarea por delante hasta conseguir que no haya montañas, valles y vaguadas…

Ocurre, como excepción, que, si la desigualdad les favorece, establecen otra fórmula para la ocasión. Ej.: mi salario, mis prebendas, mis prerrogativas, mis chollos, etc. ni se tocan, faltaría más, hasta ahí podíamos llegar; no sabe usted con quién está hablando. Es, dentro de su hondura filosófica, la cristalización del principio de que, aun siendo todos iguales, hay algunos que son más iguales que otros. Y los seguidores y votantes de los afortunados en la igualdad desigual, tan contentos haciendo la «digestión simbólica» del banquete de sus dirigentes. O al menos satisfechos de que el banquete no se lo engullan los de siempre. Ahí, ahí reside uno de los principios básicos de su lucha contra la desigualdad, que por definición es injusta y, por tanto, objeto de ataque y derribo.

No intenten introducir argumentos que pudieran contrarrestar su punto de vista al respecto. Su verdad absoluta no admite discusión crítica de ningún tipo. Lógico, porque si se aviniesen a ello correrían el riesgo de se les derrumbase el chiringuito. Y si el asunto en cuestión se aceita con chorritos de envidia y odio, ya ni les cuento. Hablo del partido, porque a nivel individual es otra cosa y sobran los ejemplos de personas que se caen del caballo, cual Pablo de Tarso, y se pasan al equipo contrario. De sabios es corregir, que reza el dicho.

¿Y qué pasa, cuál es la dinámica del otro extremo del arco parlamentario, graduable según la intensidad de lo azulado hasta llegar al verde, que te quiero verde, que también tiene problemas con la ley porque tiende a negar a menudo la legitimidad de la misma, no teniendo en cuenta, como es debido, las nuevas circunstancias, modas o necesidades actuales? Pues, curiosamente, la dinámica es muy parecida en el fondo a la del otro extremo, de forma especular. La idea motriz es que la ley debe permanecer intacta conforme a las circunstancias pasadas, siendo las circunstancias, la moda y las necesidades actuales del presente, un despropósito y una amenaza potencialmente catastrófica. De ahí la denominación de conservador o ultraconservador. De tal suerte que, así como los de ultra izquierda tienden a derogar leyes y proclamar otras nuevas, los de ultraderecha tienden a derogar las leyes proclamadas por la ultraizquierda y proclamar o restituir las anteriores que correspondan con su deseo, siguiendo los supuestos valores que conllevan sus respectivos idearios políticos. Aseguran que los tienen bien puestos (los valores de toda la vida, y los otros también)

Me preguntarán ustedes, ¿y los partidos políticos que no están en los extremos, cómo se lo montan? Mi respuesta es a lo gallego, depende. Dado que todos llevan en su ADN la tendencia a manipular, todos intentarán llevar el agua a su molino, para lo cual no dudarán en infringir la ley de la gravedad y el discurrir del reguero en beneficio propio, aunque los demás sufran de sequía. Y en ese trasvase, los hay más egoístas y menos egoístas. E, incluso, los hay generosos, aunque sean pocos, y puedan ser considerados un poco ilusos y panolis por no aplicar el principio básico de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo…

Es posible que los partidos políticos no sean más que formaciones que se nutren de las miserias humanas y alguna que otra virtud desperdigada. Es pues el propio sistema, donde imperan el encanto y el regusto por la infracción, quien establece la filosofía del vivir. Y los políticos, en general, serían los alumnos aventajados. Parece obvio que las leyes están hechas para ser cumplidas, pero su infracción es mucho más atractiva, va usted a comparar… Moraleja: O cambia el sistema o tendremos infractores políticos para rato.

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