Diario de León

Recordando a Maxence Van der Meersch

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Maxence es excelente escritor francés de gran altura intelectual, ética y moral, autor de más de una docena de maravillosos libros, siempre al servicio de los humildes, contra la explotación de las obreras, contra la prostitución en su libro Una esclavitud de nuestro tiempo .

En los años sesenta del pasado siglo era un autor muy conocido, respetado y querido en todo el mundo occidental. En España se traducían sus libros, se recomendaban, y circulaban muy bien por librerías y bibliotecas.

Cuando yo tenía quince años, en 1965, entré en el conocimiento de los problemas de los obreros y en las miserias del mundo empresarial gracias al realismo, a la verdad, de la novela Leed en mi corazón , publicada por Plaza y Janés en 1962, que mostraba la avaricia y la falta de humanidad de empresarios y políticos.

Recomiendo la lectura de los libros de este gran hombre, un abogado que apenas ejerció su profesión, que falleció muy pronto, de tuberculosis, a los 44 años, que dedicó todo su saber, todas sus energías en escribir magníficos libros a favor de la dignidad de los oprimidos, contra la miseria y la explotación de la clase trabajadora.

La hermana de Maxence falleció de tuberculosis a los 19 años. La madre de Maxence, hundida y desesperada, cayó en el alcoholismo. El padre de Maxence, de familia acomodada, era contable, ateo y, roto ya su matrimonio, intentó superar el dolor llevando una vida disoluta hasta que, en 1936, se hizo católico.

Todos los libros de Maxence son excelentes. «Cuerpos y almas», de 1943, es doloroso y duro. «La huella de Dios», premio Goncourt 1936, es la historia trágica de la buena, tímida y hermosa Karelina, una campesina casada a la fuerza con una mala bestia, un hombre canalla y cruel que acabó en la cárcel.

El bueno de Maxence se enamoró y se casó con una chica obrera, y tuvieron una hija a la que pusieron el nombre de Sarah en honor de la hermana fallecida tan prematuramente.

De todos los libros de Maxence se pueden sacar grandes conocimientos sobre la naturaleza humana, las condiciones de vida y las esperanzas de los seres oprimidos bajo la tiranía cruel, sin justicia ni piedad, de los poderosos.

Maxence, escritor «franchute», me ha gustado siempre, pues era un católico practicante, de corazón limpio, no fariseo, que no se conformaba con la paz bajo la tiranía, sí con la lucha contra la corrupción y los corruptos de cualquier color, bando, o religión.

Está bien que hoy se critique y se quiera erradicar la triste situación de las inmigrantes africanas que llegan a España en pateras, que muchas veces acaban en lamentable prostitución. Es terrible, pero también lo ha venido siendo en Cuba, convertida por el comunismo castrista en un prostíbulo para muchas hermosas jóvenes, tan secuestradas y dominadas que ni siquiera tenían la posibilidad de salir de la isla. Muchos de sus clientes eran, y siguen siendo, una gran manada de viciosos tarados reprimidos, adefesios españoles que, allí, con cuatro duros o euros, se creían, por unos días, seres superiores, muy machotes, deseados y queridos.

Maxence está olvidado, injustamente silenciado por ser de militancia católica. Al Papa Paco parece que le gusta más Yolanda Díaz y ese Sumar, comunista, que apoya el separatismo, que divide a España y enfrenta a los españoles. Espero que «Su Santidad» no venga a disfrutar de ese «progreso» social de la ley trans, del aborto y de otras «libertades» que la Iglesia venía denunciado. Hay católicos que consideramos que progresar sería que los curas se casasen; que la Jerarquía eclesiástica no amenazara con las penas del Infierno; que se dejase de cantar «no estés eternamente enojado»; que se destituyera a los curas que apoyan el separatismo y el terrorismo; que se defendiera a los ucranianos que siguen sufriendo los horrores de una guerra causada por el imperialismo expansionista de Putin con el beneplácito de la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Me alegra haber escrito muchas veces Maxence, lo hice con toda intención, para que se recuerde bien su nombre, se lea su obra, y se aprenda de su «viejo» humanismo cristiano que luchaba, pacíficamente, a favor de los pobres, contra la maldad, el lujo y el vicio.

El que esté libre de culpas...

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