Diario de León

Oregón, pinos y flores, sal y salmón

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El 14 de febrero de 1859, Oregón  llegó a ser el estado 33 de la Unión Americana. Hoy, con 4.2 millones de habitantes en 98,000 millas cuadradas, 254,000 km2 (media España, ¡que ya es decir!),  Oregón es el noveno estado en extensión, y el 27 más poblado de los Estados Unidos. La  capital, Salem, es la segunda ciudad más grande del estado de Oregón, con 177 mil residentes. La ciudad más grande es Portland, 652 mil habitantes, bañada por el río Columbia, ya saliendo brioso al mar Pacífico.

Salem  es la capital de Oregón está ubicada a lo largo del  río Willamette que atraviesa la ciudad en dirección norte. El nombre de la ciudad deriva de la palabra  hebrea «Shalom», que significa «Paz». Salem ha sido la capital de Oregón desde 1851, con la excepción de unos meses en 1855, cuando se trasladó Corvallis. La mayor fuente de empleo en Salem es la administración del Estado, pero también es un destacado centro de procesamiento de alimentos agrícolas, tan abundantes en la región.

Gracias a la gentil y generosa hospitalidad de la familia Kurtz (Ed y Sarah), y la compañía del fiel y noble Trigger, hemos pasado una semana de agosto, en el verde y rico estado de Oregón, cómodamente recostado sobre un Pacífico, menos pacífico del que, desde Panamá imaginó Balboa. El estado tiene por fronteras, el Pacífico al Oeste, al norte Washington, al este Idaho, y el Sur se lo reparten entre California y Nevada. Por estas latitudes, especialmente en la desembocadura del río Columbia, la mar se vuelve bravía dando violenta sepultura a quienes, en el pasado, la pretendieron burlar. Pocos días después supe que los cuatro puntos cardinales no eran palabras derivadas del latín, sino del germánico, provenientes de la mitología nórdica.

Todo lo que la vista abarca, alrededor de Portland, son superficies inabarcables de inmensos bosques de pinos, derechos como velas y muchos de ellos ya listos a ser vigas en casas y mansiones de medio mundo. En estos bosques, en concreto en el área de Tillamook, famoso por sus productos lácteos, desarrolló su tarea, como ingeniero forestal, Fortunato Pacios Rivera, berciano, de Cortiguera, aventurero y emprendedor, al que la fortuna, a la que suele siempre acompañarle el trabajo, le sonrió en el viejo oeste.

Un pálido sol otoñal nos acompañó durante cinco días consecutivos —algo poco común en estas tierras del norte—. En terrazas e interminables hileras del soñado Valle de Willamette, una brisa celeste agitaba rosales y esparcía por el suelo miles de pétalos de vistosas y encendidas rosas, estimulando los sentidos. En el Jardín de las Reinas, eran fascinantes y variadas las tonalidades, exquisitos los perfumes de las más afamadas artistas de Hollywood. Casi en sagrado silencio, hombres y mujeres de los cinco continentes, nos movíamos por el jardín de los sueños, solo delatados por extrañas facciones, cordiales saludos, vistosos o sencillos trajes de fiesta.

En el Valle de Willamette, «no será solo el vino el que ponga tus mejillas sonrosadas», ¡olé! De la primavera al otoño, el Owen Rosa Garden, en la ciudad de Eugene es lugar para una íntima comunión con la naturaleza, en relajantes y vibrantes sensaciones a la vez. Recostado a lo largo del río Willamette, el jardín se extiende sobre 8 acres con más de 4.500 rosales y 400 variedades de rosas, plantadas a lo largo de accesibles caminos de grava con hermosas pérgolas y asientos confortables.

Entre otros muchos lugares que visitamos, quiero mencionar uno del que —en esta América joven— apenas quedan vestigios de las viejas y sabias culturas nativas. La gesta gloriosa de dos grandes colonizadores y aventureros, Louis & Clark, con monumento incluido, queda a un paso del mar Pacífico. De 1806 nos dejaron una rústica salina, un pequeño túnel de piedra de medio metro de altura y de unos tres metros de largo en cuya superficie perforaban agujeros y ajustaban seis calderos de agua de mar. El fuego calentaba los calderos de latón, evaporando el agua y dejando en el fondo, blanca como la nieve, la sal. El artilugio proveyó, por igual, sal a nativos y colonos durante muchos años.

En «los días viejos» (1846-47), cuenta mi esposa, el gobierno federal ofrecía tierra gratis (5 acres = 2 hectáreas largas), a quienes la quisieran. En pesadas carretas tiradas por bueyes, salían los pioneros, desde Wyoming, Kansas, etc., a la conquista de los muchos espacios todavía despoblados del Oeste, buscando el oro de California o las tierras del norte. La película The Donner Party,   nos narra la terrible odisea de quienes, tras atravesar caudalosos ríos, ataques de nativos en bosques y praderas, perdidos en la nieve y, obligados por una gélida hambruna a practicar el canibalismo entre algunos infortunados compañeros.

Recorrimos, siguiendo la ruta de una costa poblada de turistas, más de cien millas para visitar un acuario excepcional, en Newport. Las especies más variadas se daban cita en un agua venida del mar, rodeada de efectos visuales y sonoros. Viajamos por un túnel, rodeados de misteriosos peces nunca antes vistos por nosotros: sobre nuestras cabezas, sobre nuestros pies, a la izquierda y a la derecha, en auténticas filigranas, el nadar sigiloso de cientos de peces de las más variadas formas, colores, tamaños, boca, aletas y cola, provocaban nuestra sorpresa y nos hacían sonreír.

La industria de la pesca y las conservas, sobre todo del salmón, han alcanzado fama mundial. Sarah, nuestra anfitriona y convidante, nos preparó una exquisita cena de salmón «rey», aderezado con salsas orientales y regado con un exquisito vino de la tierra. Con el matrimonio Kurtz pasamos tres días en el Resort, yendo a diario a la playa, pisando arena, pero sin enfriarnos con el agua del mar, y casi molestos por el graznido un tanto monótono y torpe de las gaviotas. La arena de las costas, debido a las erupciones volcánicas, tiene un tenue color ceniza, el mismo tinte que tienen las piedras de las casas o las rocas que sirven de límite a muchas fincas y propiedades.

La gente de Oregón adora su tierra, y es mucho el orgullo que muestran por ella. Dicen los ojos bien abiertos que Oregón es el estado que mejor guarda (esconde) a sus pobres. Yendo por algunas de sus autopistas, las miradas indiscretas de los que vamos en coche podemos ver tiendas de campaña, y gente merodeando entre los arbustos. Son los homeless, los sin hogar. Menos que en otros estados, pero también en Oregón se masca y se rumia la pobreza, la marginación y las grandes desigualdades entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada.

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