Diario de León
León

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Sabido es que, aunque parezca paradójico, hay en el alma humana atracciones que conducen al precipicio, entendiendo como tal un gran perjuicio, incluida la destrucción y la muerte. No se trata de filosofar sobre la denominada pulsión de muerte freudiana en este artículo. Mi intención, como se verá más adelante, es reflexionar y describir ciertas conductas político-sociales vigentes actualmente en nuestro solar patrio. Es cierto que todo lo que vive, porque un día comenzó a vivir, acaba muriendo después. Es la ley tajante de la naturaleza. Cambia, no obstante, la forma de llevarse a cabo el final de la andadura. Porque hay formas muy diferentes. No es lo mismo morir por un accidente, que apagarse por el desgaste y la consumación del material que contiene y organiza la vida. La Historia nos enseña que aparecen y desaparecen (viven y mueren) las culturas, las civilizaciones etc., lo mismo ocurre con las especies animales y vegetales. La Historia nos enseña, también, que otras culturas, civilizaciones etc. aparecen y sustituyen a las primeras. Ahí es donde reside la esperanza. Y vuelta a empezar.

En el caso que nos ocupa estamos asistiendo a una tendencia «morbosa» de destrucción política y social. No es por azar que aumentan considerablemente las tendencias suicidas, las agresiones «gratuitas» y desproporcionadas, tanto las calificadas de género como aquellas que nada tienen que ver con él. Que no se me interprete mal, pues estoy a favor de las leyes y de la libertad individual y no es mi intención hacer ningún juicio moral sobre el particular, pero tanto la disminución drástica de la natalidad, como la tendencia abortiva disparada, así como la eutanasia masiva que se anuncia, son referencias e indicadores de lo comentado sobre la tendencia destructiva, aunque gocen de la legalidad vigente. A nivel político, la tendencia a destruir el propio concepto de la ley se va haciendo norma habitual en una parte del llamado arco político. Lo verdaderamente asombroso en dicho proceso es que se pretende destruir la ley «legalmente». No es sustituir, enmendar, etc. la ley, no. Es pretender despojar la esencia misma de lo que entendemos como norma de justicia. Es pretender vaciar el contenido preservando únicamente el continente para llenarlo después a su albedrío y conveniencia.

Sirva, también, para la ocasión y la reflexión correspondiente, la frase atribuida a Nietzsche: «Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo te mira a ti». Dicho de otro modo, llevamos mucho tiempo contemplando, entre atontados y atónitos (y paralizados) el abismo, y el abismo nos acaba mirando, invitándonos. Todo indica, desgraciadamente, que más pronto que tarde caeremos en él. Añado, y a modo de ejemplo traigo a colación, la pequeña fábula de la rana y el alacrán: Se encontraban al borde de un río una rana y un alacrán. Éste pretendía pasar al otro lado del río, pero al no saber nadar sabía que si lo intentaba se ahogaría; por eso se dirigió a la rana y le propuso un trato: si me llevas en tu lomo al otro lado del río, te prometo que te proporcionaré alimento en abundancia. La rana, conocedora de las tendencias del alacrán, no se fiaba temiendo que la clavase el aguijón, pero creyendo en la promesa y suponiendo que el alacrán nada ganaría si le clavaba el aguijón, pues ambos morirían, la una envenenada y el otro ahogado, accedió al trato. Estaban llegando a la otra orilla del río y el alacrán clavó su aguijón a la rana. Ésta, moribunda, le preguntó al alacrán: ¿Por qué lo has hecho? Ahora moriremos los dos. El alacrán le respondió: No lo he podido evitar, está en mi naturaleza.

No pretendo resaltar un determinismo ciego e implacable, pero sí resaltar una tendencia poderosa que tanto subyuga al hombre y a la sociedad cuando se van debilitando o pervirtiendo los valores, la justicia, el bien común, y la fuerza de la pulsión de vida que contrarresta la pulsión de muerte. Parecemos indolentes, no damos crédito a lo que amenaza nuestra convivencia, e incluso muchos ciudadanos ilustres y menos ilustres de apellido socialista no están de acuerdo con los tejemanejes puestos en práctica por un Gobierno en funciones que sigue dando pruebas irrefutables de perversión de los valores fundamentales, aunque, mentirosamente, se auto denomine demócrata y progresista. Es doloroso, sin embargo, constatar que esos mismos personajes (no todos, ya lo sé), inmersos en una contradicción flagrante de sus principios (no quiero pensar en un cinismo político), votan al considerado felón a sus ideales. De sobra estaban al tanto del tipo de persona que les viene liderando desde años. Alguna vez tendrán que explicar por qué permitieron en su día que esa persona continuara bajo sus siglas a pesar de que sabían que estaba dispuesto a dinamitar los valores del partido. Es posible que la parte inconsciente de esa fuerza de destrucción, la famosa pulsión de muerte, les haya jugado una mala partida, pero actualmente no se trata de darse golpes de pecho y recurrir a las lamentaciones; es hora de plantar cara, de oponerse sin fisuras ni dobles mensajes a la manipulación grosera y descarada de un personaje sin escrúpulos y felón por naturaleza que recurrirá a clavar el aguijón como lo hizo el alacrán de la fábula. Porque empezamos a pensar si no nos estaremos volviendo locos o cayendo en manos de elementos políticos perversos. Es posible que de tanto mirar el abismo, paralizados o hipnotizados, éste nos esté mirando invitándonos a caer en sus brazos donde encontraremos, seguro, la muerte. Es posible, también, que nos ocurra como a la rana por fiarse del alacrán, o porque, según otra experiencia hecha con el mismo batracio, al ser calentada gradualmente el agua donde nada dicha rana, no reacciona al no ver peligro alguno y acaba muriendo cuando el agua hierve.

Ya sé que al ser humano en general le asusta la muerte como final. Las religiones niegan la muerte como fin del trayecto. La reencarnación, la resurrección, etc. vienen a tratar de dar respuesta a la cuestión. En el tema que nos atañe, la metáfora del abismo y de la muerte se están refiriendo a la degradación, la corrupción de un sistema político y social. De seguir así, y todo parece indicar que así será, el final no puede ser más que la destrucción. Esperemos que, tras su muerte, resurja una nueva forma de entender la vida (una nueva sociedad, una nueva cultura, una nueva forma de potenciar la pulsión de la vida, del eros…), aunque como dice el paisano de mi pueblo: «De momento, la cosa pinta mal, está jodida».

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