Diario de León

Asignatura pendiente: faltan educadores

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En tiempos difíciles, como los actuales, el miedo, la vergüenza o la cobardía suelen apoderarse de las personas pensantes; abundan las lamentaciones donde se necesitan acciones. Cuando uno se encuentra ante un precipicio en medio de su camino, lo sensato es pararse a pensar y buscar un nuevo rumbo, porque nadie desea despeñarse o caerse en la sima que tiene ante sus ojos.

Los adultos sensatos, (siempre han existido adultos insensatos), tienen un poder, que no suelen ejercer, en cualquier sociedad bien organizada y mínimamente culta: abrir los ojos a la gran masa social que camina ajena a la realidad impuesta por intereses bastardos, desde la política partidista, política poco sensible a los intereses plurales de la sociedad.

En nuestra España actual, tras 45 años de vida democrática y de gran crecimiento y evolución positiva, casi de repente, nos encontramos con un frenazo social, porque el terreno, que todos creíamos firme, se resquebraja a nuestros pies y amenaza con retrotraernos a los peores años que vivieron nuestros abuelos y bisabuelos. Muchos gobernantes actuales de ayuntamientos, diputaciones y en la cima del Estado, al igual que un gran número de docentes en todo el país, la mayoría con menos de 50 años, ¿de verdad se están dando cuenta del peligro que nos acecha a todos es estos momentos? Un país con un déficit alarmante de nacimientos, con la pirámide social totalmente invertida, donde los jubilados y ancianos con más de 70 años somos considerados casi como un estorbo y un peligro; ¡algún estúpido descerebrado se ha atrevido a decir que «ya hemos vivido bastante», y no nos ha pedido perdón! Pues esta realidad palmaria, quiero traerla a colación y a reflexión, porque, aunque me siento y soy mayor, llevo grabadas en el alma las penurias de mi infancia en el Bierzo; infancia con poca escuela, mucho trabajo desde muy niño, frío, alimento justito, pobreza abundante y sanidad elemental.

¿Cuántos de los menores de 50 años, recuerdan y valoran adecuadamente hoy los sacrificios de sus abuelos/padres y de toda la sociedad de entonces, que les facilitó los estudios, la sanidad, la educación y el bienestar social que en la actualidad disfrutan, disfrutamos, en este país nuestro llamado, con todo orgullo, España? Yo echo en falta, cada vez más, el respeto y la admiración que teníamos en mi niñez hacia nuestros maestros, hacia nuestros mayores, hacia la autoridad. ¿Por qué esto, que es un valor fundamental para la convivencia ciudadana, se ha perdido? Aquí deben empezar a darse golpes de pecho las familias (padres y madres), los maestros y profesores. Los primeros, porque olvidaron que ser padre supone responsabilidades que no tiene el simple amigo; los segundos, olvidaron, y muchos siguen olvidando, que ser maestro y profesor tiene poco que ver con ser camarada de sus alumnos. Hoy, cuando son ««maltratados»» por sus propios escolares, que no los respetan y hasta les insultan, los maestros/profesores no tienen valor para ponerse en su sitio y recordar que el responsable del aula es el propio maestro, sin concesiones acarameladas. El respeto mutuo nunca debe ser pura camaradería. ¡Ah!, y no nos olvidemos de la cabeza poco pensante de los diferentes ministros de Educación; como muestra, un botón: la actual llamada ministra… ¿de qué?, vive inmersa en su portavocía partidista y su ministerio es cualquier cosa menos la imagen de respeto y educación, pues sus competencias se las siguen pasando por el arco de triunfo en Cataluña y en otras autonomías, con la sumisión y el silencio de la Señora Alegría. ¡Ministra, defienda a los maestros! Hay miedo en los docentes y usted es la máxima responsable de este desorden.

Los menores en edad escolar, leo en otro periódico que perderemos hasta 2037, en la provincia el 34% del alumnado, en Zamora hasta el 44% y algo menos en otras autonomías; pues bien, estos menores que son el futuro de la nación, un bien esencial, pero muy escaso, ellos, deseosos de una vida mejor y de un porvenir prometedor, si no les garantizamos ¡ya! la compañía de adultos sensatos, están abocados, (por exceso de adrenalina y saturación del principio del placer, sin frenos), a tirarse por el barranco, faltos de paracaídas y de colchoneta que mitigue el golpe irreversible.

La sensatez no es innata, ni se aprende en dos días; se adquiere al lado de unos padres sensatos, capaces y dispuestos a levantar la voz y decir: ¡No sigas por ahí; eso es peligroso! Las barreras protectoras del stop, alto, no, prohibido el paso, peligro de muerte, necesitan agentes firmes, ««res-pon-sa-bles»», dispuestos a enfrentarse con una sociedad anómica y permisiva. Yo diría que entre nosotros ya solo nos queda el Ejército, la Guardia Civil y los Bomberos, a los que recurrimos y valoramos cuando se juegan la vida por nosotros en las catástrofes, (riadas, terremotos, volcanes, fuegos…). Pero la ciudadanía no se da cuenta del maltrato, ninguneo e insulto al que están sometidos, a nivel nacional, al pagarles un sueldo escaso, impropio de su alto riesgo profesional; en ciertas autonomías, son expulsados poquito a poco, privándoles de competencias fundamentales. Ese mismo error y agravio lo cometen los padres y madres que, en lugar de maestros y buenos educadores para sus hijos, piden niñeras mal pagadas, que cuiden de sus vástagos ¡así de claro!

A esta sociedad degradada, que para más inri se autodenomina progresista, mientras camina de espaldas a la realidad, parece que solo la puede volver al camino correcto del respeto y del esfuerzo diario, una educación mejor, equipada con maestros y educadores vocacionales, dotados de autoridad y con sueldo digno. Si no recuperamos la cordura, estos bastiones humanos, que aún hoy se mantienen firmes, a pesar de tanto pesar, pueden cansarse y tirar la toalla, sumiéndonos en el caos ¿Es lo que de verdad queremos y votamos cuando nos acercamos a las urnas? Yo, desde luego, no.

¿En qué me baso? En la experiencia descrita, entre otros, por el catedrático y profesor Daniel Arias Aranda, quien afirmaba: ««Hoy me dedico a engañar más que a enseñar»». Yo, que he disfrutado del privilegio de la docencia en cinco de nuestras autonomías, (Galicia, Cataluña, Castilla y León, Asturias y Valencia), también hablo por experiencia propia: nunca olvidaré un piropo, (así lo recibí), de un grupo de mis antiguos alumnos en un reciente encuentro. ««Te queremos y te recordamos agradecidos porque nunca fuiste blando con nosotros, pero siempre fuiste justo y cercano. Tus clases y tu despacho fueron para nosotros sitio de respeto, ayuda y orientación. Por eso te estamos agradecidos y en deuda contigo»». Me sentí emocionado, porque su agradecimiento me hizo recordar alguno de mis errores, que hoy no volvería a cometer y ellos siempre me perdonaron. Sabían que para mí ellos eran una responsabilidad y una obligación, nunca defraudadas, pensando en su futuro. Gracias a mis alumnos y alumnas, sembrados por todo el país. Son mi mejor paga.

Ser educador, en cualquier parte del mundo, es y será una de las mayores responsabilidades, que exigen mucha preparación y vocación, pero actualmente esto no lo tienen en cuenta ni valoran adecuadamente los políticos que nos gobiernan. Por eso ellos cobran más que los maestros, aunque algunos de aquéllos no sepan coger el bolígrafo, ni hacer correctamente la pinza. Esto debe cambiar, si todos, o la mayoría, nos concienciamos. En caso contrario, a la infancia y a la juventud actual les espera una orfandad de las peores: orfandad con diferentes padres, madres y educadores que no son conscientes de su grave responsabilidad: los han gestado físicamente, con poco calor de clueca, y los dejan sobrevivir, implumes, a su aire, en el gran corral que es esta sociedad desnortada. ¡Tal orfandad no es justa y sí es muy patógena!

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