Diario de León

TRIBUNA

Enrique Ortega Herreros. Médico psiquiatra jubilado

Cara y cruz de la misma moneda

Creado:

Actualizado:

La decisión tomada por Rafael Nadal de aceptar ser embajador de tenis de Arabia Saudita ha levantado ampollas en muchos de los seguidores y admiradores del atleta. Tanto los que le defienden como los que critican han puesto de manifiesto una cosa: Rafael Nadal es un referente, un modelo, un ejemplo a seguir. Ha dejado de ser una persona corriente y moliente cuyas decisiones implican, lo quiera o no, a la ciudadanía que le ha elegido como modelo e incluso como ídolo. Esa prerrogativa, la del modelo, marca la diferencia con otros deportistas exitosos que han aceptado similares cometidos y prebendas del mismo país, y a quienes se les puede criticar, pero sin achacarles la frustración de contemplar a su modelo dejar de serlo para ellos. Rafael Nadal ha cometido un error garrafal, dicen los frustrados admiradores, poniendo el énfasis en la diferencia entre lo sublime (ejemplo, modelo, ídolo, perfección, etc.) y su contrario (egoísmo, intereses crematísticos por encima de los valores morales y democráticos que no son el fuerte, precisamente, del régimen saudí en la actualidad, etc.). «Poderoso caballero es don dinero», proclaman.

Le achacan al atleta no solo el no ser perfecto, le achacan, sobre todo, el haberles desilusionado. Es posible que el error principal resida no en el atleta sino en sus admiradores, porque Rafa Nadal no se ha postulado, que yo sepa, para ser elegido ni ídolo, ni héroe, ni semidios. Parece ser cierto que el hombre necesita de ídolos, héroes o semidioses, o se santos que representan la superación de sus propias deficiencias y miserias, y cuando se siente defraudado por los elegidos se vuelve agresivo y reivindicador contra ellos.

Esto me recuerda una anécdota jocosa: En una época muy prolongada de sequía sacaron en procesión a un santo muy milagrero rogando su intervención para que provocara la tan ansiada lluvia. Mucho rezo, mucha devoción, mucha procesión, pero nada, ni una gota. Así semana tras semana. El pueblo, cada vez más desilusionado, empezó a sospechar que el santo en cuestión tenía menos poderes de los que se le atribuían. Finalmente, (y para acortar la anécdota), un grupo de fieles frustrados y cabreados decidió que el santo en cuestión desconocía el valor crucial que tenía el agua, así que decidieron para que se enterase, tirarlo al río. El cura les advirtió, no obstante, que si no llovía era porque no tenían, en realidad, la fe suficiente, y pretendió demostrar su planteamiento recriminándoles, a la vez que afirmaba: Nadie de entre vosotros, en la procesión, ha traído el paraguas…

No es, ni será la última vez que un mismo personaje pasa de ser admirado a odiado a lo largo de su vida, ser considerado un ídolo y pasar de ser ensalzado a ser vilipendiado. Tampoco lo de pasar de rey a villano, demasiado presente en nuestra actualidad española. Como dijo el sabio: «En la vida puedes morir joven siendo un héroe o vivir lo suficiente para convertirte en un villano». Por eso pienso yo que los mejores héroes son los que están muertos sin que ellos lo sepan, pero muy vivos, resucitados para siempre en el corazón de los hombres.

Volviendo al caso Nadal, es posible que ni él mismo ni su entorno más inmediato hayan caído en la cuenta de las consecuencias mediáticas que la decisión a la que nos venimos refiriendo iba a traer cola, pero tampoco es cuestión de que la sangre llegue al río. Conviene tener en cuenta que el hombre es como una moneda con su cara y su cruz y que, a lo largo de su vida, la moneda, lanzada al aire, por muy hábil que sea en el lanzamiento, puede salirle cara o puede salirle cruz. También que la receta para que el pecador quede libre de su culpa son el arrepentimiento sincero y el propósito de la enmienda. A buen entendedor…

Nadal no se ha postulado para ser elegido ni ídolo, ni héroe, ni semidios
tracking