Diario de León

TRIBUNA

Isaac Núñez García Consiliario de la HOAC de la Diócesis de Astorga

Agricultura, ¿sector primario?

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A todo lo largo de la historia de la humanidad, hasta el siglo XIX, la agricultura era el sector económico productivo fundamental, cuasi natural, que proveía el sustento y el desarrollo de las colectividades humanas en todos los lugares del mundo. La vinculación a la tierra comportaba un tipo de vida familiar, comunal e incluso urbana de una gran cohesión cultural y vinculación interpersonal, con sus virtudes (y también con sus defectos como por ejemplo el peso de la presión o conformidad social)

La industrialización se fue desarrollando desde sus orígenes en un marco de carácter claramente capitalista, caracterizado por el desarraigo comunal y la explotación laboral. El trabajador industrial ya no trabajaba para él sino para otra/s personas a cambio de un salario. Prácticamente el trabajo humano era considerado como una mercancía del menor coste posible para lograr el producto mercantil al mayor precio posible, dentro de lo que sería la libertad cuasi absoluta de mercado. (¡Qué lejos queda ello de la afirmación siguiente: «El trabajo tiene una prioridad intrínseca con respecto al capital», de Juan Pablo II en Laborem exercens , 277).

A partir de ese presupuesto fue perdiendo prevalencia el sector primario de la agricultura. Fue dejando progresivamente de ser el sector principal, primordial («primario») y se fue desvalorizando hasta niveles ínfimos. La agricultura hoy ocupa en los países desarrollados a un porcentaje muy pequeño de trabajadores en relación con la industria y los servicios. Apenas existe la agricultura familiar y el empresariado agrícola es minoritario.

¿Cómo es posible que la agricultura, que responde a la satisfacción de las necesidades humanas básicas más determinantes para el mantenimiento de la vida, la nutrición y la salud se haya desvalorizado tanto a nivel de empeño productivo, de rentabilidad económica, de reconocimiento social y político?

Son muchas las quejas y reivindicaciones de los agricultores y sus asociaciones, que concluyen finalmente en la insuficiente o nula rentabilidad de la producción agrícola, rentabilidad que sí es trasvasada a las empresas de distribución y venta. Resulta que la mayor parte del beneficio es percibido por estas empresas comerciales, mientras que los agricultores a veces no reciben la compensación equivalente de los gastos de producción («venta a pérdidas», prohibida por la Ley de Cadena Alimentaria, que apenas se aplica). Me parece una contradicción intrínseca que los resultados de la producción agrícola revieran mayoritariamente no en quienes la realizan, a veces con gran esfuerzo, sino en meros mediadores comerciales.

Ante esta situación surgen fuertes interrogantes que intentaré ir señalando. ¿Cómo es posible que la actividad económica y social más necesaria y fundamental –«primaria»- para la vida de cada persona y de toda la humanidad haya llegado a un grado tan bajo de deterioro y desvalorización? ¿No es la actividad agrícola el presupuesto de cualquier otra actividad humana y social, incluyendo las mejor consideradas socialmente, como las actividades cultural, profesional, política…? Me atrevo a afirmar que se ha ido produciendo grave discriminación, totalmente indebida, de la dedicación agrícola.

La despoblación del mundo rural, la «España vaciada… Son varias las causas de la misma, algunas de carácter cultural (tipo de vida, ambiente, recursos… en el campo respecto a la ciudad), pero ¿por qué no se potencia social y políticamente la integración en el ámbito rural, la promoción del trabajo agrícola-ganadero-forestal, la disposición de todos los recursos educativos y sanitarios vigentes y de vivienda, la promoción de la natalidad…? Si el trabajo agrícola estuviese reconocido a nivel económico, se mantendría la población rural que ha ido yéndose de los pueblos. En determinadas zonas de España resulta frustrante ver enormes extensiones de terrenos, incluso de regadío y con arboleda, totalmente abandonados y yermos.

Los agricultores y sus asociaciones han salido a la calle en toda Europa, en España, reclamando al fin respuestas eficaces que reconozcan el valor de sus trabajos y la mejora de las condiciones impuestas por el mercado. Me parece que esta «explosión reivindicativa» es algo extraordinario, incluso novedoso —no se había producido apenas hasta ahora en Europa—, y que tiene que llevar a las administraciones públicas a replantearse, desde sus fundamentos, el reconocimiento y validación económica y social de la agricultura. Creo que habría que realizar un giro de 180º en políticas de potenciación de la producción agrícola y de todo el conjunto de la vida rural. Ha de ser un empeño de la Administración y de la sociedad a todos sus niveles —estatal, autonómico, municipal, vecinal, asociativo, cultural, sindical—, con la implicación especial de las asociaciones agrarias en una visión no meramente interesada a nivel particular empresarial sino contemplando la globalidad de la dinamización positiva de la población rural.

Ojalá avancemos todos y en todas las instancias en la consideración y reconocimiento real del carácter «primario», esencial, de la agricultura en Europa y en todo el mundo.

¿Cómo es posible que la actividad económica y social más fundamental –«primaria»- para la vida de cada persona haya llegado a este grado de deterioro y desvalorización?
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