Diario de León

TRIBUNA

Manuel Arias Blanco
Profesor jubilado de Secundaria

Los políticos no nos representan

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N o nos representan y sin embargo vamos a votar porque nos sentimos responsables del quehacer político. Vamos a votar porque entendemos que en una democracia es el mejor camino posible y seguramente poco a poco adquiriremos la mayoría de edad. Pero los de arriba parece no enterarse cuando ponen por encima de todo el lucro, la influencia, el abuso de poder... Se creen poco vulnerables porque, hagan lo que hagan, tienen detrás un fondo de armario demasiado amplio. ¿Hasta cuándo?

Entendemos que, por encima de cada partido, está el bien común, el tan manido bienestar general. Y para conseguir algunos objetivos es necesario una coalición de intereses. Si de verdad están por la labor de llegar a la inmensa mayoría es imprescindible de vez en cuando ceder. Ese es el plan. Todos ceden en beneficio de unos ideales necesarios. Tal es así que si se ponen a trabajar mano a mano seguro que llegan a puntos estratégicos favorables.

No hace falta llenar el tablero de leyes. Las que cuentan de verdad deben ser reducidas y claras. Después, a un nivel de ordenanzas inferiores, se puede ampliar esa legislación sin llegar a extremos variopintos. No por muchas prohibiciones encontraremos mayor convivencia. Para estos detalles deberían estar las Diputaciones y Ayuntamientos, instituciones más cercanas al ciudadano. Aquí radicaría el punto crucial de una verdadera atención a las personas.

Para todo esto habría que reconducir la trayectoria de los políticos. En principio —no es la primera vez que lo digo—, deberían provenir de algún ámbito laboral y su estancia no debería sobrepasar los ocho años. Me refiero, claro es, a las labores auténticas de un político, que son las de representantes de los ciudadanos. Creo que el peso mayor ha de recaer en los funcionarios de distinto rango. Ellos son la piedra angular del funcionamiento diario. Evitaríamos corrupciones, prebendas, enchufes, malversaciones...

Sostengo la idea de que hay trabajos que precisan de una mal llamada vocación. Antiguamente iba muy ligada a la experiencia religiosa, como si alguien del más allá llamara a los susodichos. Cuento. La vocación ha de entenderse como dedicación plena al desempeño de una tarea y aquí entra la política. También, por supuesto, otras ramas más lejanas: enseñanza, medicina... Quien vaya a lucrarse en estas disciplinas, mal va. Y ello no quita que estén bien pagadas, desde luego. Pero la vocación está por encima de cualquier precio posible.

Cuando observamos cuánto dinero se malgasta en conflictos bélicos, cuánto desaguisado se consuma en aras de no se sabe qué glorias, le dan a uno ganas de mandarlo todo al hoyo de la vergüenza.

Todavía tienen el atrevimiento de justificar tal matanza. Aún se vanaglorian de victorias pírricas innecesarias. ¿Qué pretenden? ¿En nombre de quién matan? Y, mientras, los políticos se reúnen y condenan y todo sigue igual. Esas cúpulas políticas deberían marcharse a su casa.

Para avanzar todos es preciso que se vayan nivelando los derechos de todos. No vale con que la tecnología nos facilite el acceso a multitud de plataformas impensadas. Eso está bien, pero hasta cierto punto. Si solo una minoría logra ese acceso, la sociedad se estanca, no avanza. Aquí es capital cierta uniformidad. Pero me parece que los tiros no van por este camino. Ni siquiera a nivel autonómico. Unos pocos acaparan la mayor parte del pastel y los demás estamos a verlas venir. Y no es que pida igualdad, ni mucho menos. Las capacidades y responsabilidades son muy diversas y complejas. Ahí tiene que haber ciertas diferencias. Lo que se trata es de aminorar estas distancias. Y para esto también están los políticos auténticos.

Es lamentable el panorama que nos ha acompañado recientemente. Los agricultores, ganaderos, etc. se levantan en armas contra la injusticia social de su profesión Ni siquiera cubren gastos. Ahí está el campo que apenas ofrece una seguridad de pervivencia. Resulta caro hacerse con maquinaria, los gastos de sulfatos y minerales hacen menos viable su rendimiento... Solo cabe una alternativa medianamente clara: formar cooperativas. Ellos lo cultivan y lo comercializan. Pero esta fusión no entronca con la mejor tradición española. Es hora de reflexionar con perspectivas: hay mucho campo, podemos sacarle suficiente fruto como para vivir con cierta dignidad. Solo queda dar un paso al frente y variar las tareas y compartirlas. De modo que trabajemos y dispongamos de espacios de ocio suficientes como para hacer rentable esta faceta básica de la trayectoria humana. No se disiparán todos los problemas, pero seguro que se encauzarán muchos y serán altamente rentables. Compartir y cooperar son verbos que debemos conjugar con frecuencia y con descaro. Todo esto repercutirá en pueblos más grandes y más sostenibles y nos alejarán de las grandes ciudades. Porque donde estemos tendremos todos los servicios indispensables. Abogo por este formato de esperanza y auguro una espléndida cosecha. Al tiempo.

A la vista de lo expuesto no es fácil albergar muchas esperanzas, ni siquiera asoma un resquicio por donde respirar, pero todo puede cambiar en cuanto se hagan cargo de las instituciones personas sensatas y cualificadas. Personas que tengan miras altas y conecten de una vez por todas con la sociedad a la que representan. ¿Lo veremos? Absténganse de apuntarse quienes vayan a lucrarse y no den su brazo a torcer. Es peligroso.

Es inaudito el despilfarro de dinero que los humanos utilizan para armar guerras innecesarias. Es inhumano. Aparte de que mueren cantidad de inocentes y siembran de caos y miseria los poblados. Si tanto interés tienen en montar estos saraos, que vayan quienes los propician a campos desiertos y allí diluciden sus controversias y nos dejen a los demás en paz. Ese dinero podría venir bien para investigar el origen de multitud de enfermedades mortales.

Para avanzar todos es preciso que se vayan nivelando los derechos de todos. No vale con que la tecnología nos facilite el acceso a multitud de plataformas impensadas. Eso está bien, pero hasta cierto punto. Si solo una minoría logra ese acceso, la sociedad se estanca, no avanza
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