La complicidad ausente
El 22 de noviembre en la avenida Maria Cristina de Barcelona asistí como uno más de entre miles al concierto en solidaridad con los afectados por el desastre (natural y de políticos) de esa Depresión Aislada en Niveles Altos (dana). A nosotros también nos llegó la lluvia, mucho más benigna, y todo continuó después de una interrupción de media hora. Animaron la noche más de veinte bandas con aclamados profesionales de la música y no sólo catalanes, también valencianos y baleares.
El concierto fue organizado por Òmnium Cultural y la Assemblea Nacional Catalana con el lema «Catalunya amb el País Valencià». Y en él participaron más de medio centenar de entidades absolutamente diversas como el FC Barcelona, Creu roja, la SGAE o el Museu Picasso. El objetivo era recaudar fondos (25 € entrada), y ya que la oportunidad se presentaba, a nadie se le escapaba que podía y debía ser una nueva ocasión de «hermandad», un guiño de país (Països Catalans) bastante recurrente.
Y lo fue como son las cosas que tienden a encontrarse natural y espontáneamente. También el día 25 y desde el Teatre Tívoli la televisión catalana a través de su Canal 33 programó un «Amunt el teló per València» lleno de emociones y de acentos del idioma común. En fin, empatía y algo más.
Y nada sería más odioso que afear el «acercamiento» de los que sienten afinidad entre sí como una misma familia cultural. Hay política en todo y en todos, es inevitable, es, incluso, imprescindible. Comúnmente lo llamamos defenderse.
No he comenzado el artículo de la forma que lo he hecho por casualidad. Los grandes ayudan a los pequeños, los que están bien a los que están mal y los que tienen a los que necesitan. Es estar «al lado». Las familias sociales se agrupan y protegen como respuesta natural. Con mayor motivo si hay un vínculo íntimo y recorrido histórico.
El 15 de este mismo noviembre Diario de León publicaba que nuestro PSOE provincialín ha enviado para debate a su Congreso Federal una enmienda defendiendo la necesidad de reconocer «explícitamente» los mecanismos que nos permitan «buscar un camino autonómico, uniprovincial o regional». El sólo planteamiento dual, aparte de una ingenuidad notable, carece de la firmeza y convicción con la que se tienen que plantear las exigencias (si se cree en ellas) y tiene que provocar en el receptor las dudas propias hacia quien no tiene claro ni lo que quiere ni lo que pide que, a lo peor, hasta difieren.
Hay una dislocación evidente en este psoeín doméstico nuestro azotado por las tribulaciones de su propia inseguridad que le llevan a dudar, o peor, tratar de hacer equilibrios, en cosa tan capital como tener clara la territorialidad. De dónde soy, quién soy, a quién represento como pueblo más allá del provincialismo absolutamente reciente comparado con la larga historia que compartimos, primero como país y después como territorio devaluado en región. No reconocer sin divagaciones el cuerpo territorial del que se procede es algo inaudito en cualquier otra parte y retrata la altura y categoría representativa de los personajes. Se les llama descastados. Además el hecho de proponer una posibilidad autonómica «bifurcada» (o una cosa o la otra) esconde en sí misma la mentira, pretende confundirnos y tiene voluntad y es inicio de un adoctrinamiento calculado porque en realidad no se apuesta más que por el uniprovincialismo.
Y eso ahora, donde a pesar de lo dicho hay que situar la duda. Y se dice lo de «regional» (supongo que aludiendo a las tres provincias) por aquello de no levantar ampollas de súbito y tranquilizar de momento también la conciencia de algunos de ellos.
Al timón de este barco en este mar de poca profundidad está el alcalde José Antonio, que cuando se espurre al máximo de reivindicación territorial lo acota a la provincia ya que nunca ha tenido la valentía ni la audacia, desde su puesto, de hacer «incursiones» regionales leonesas por los territorios propios hablando con sus colegas, animando o proponiendo o provocando iniciativas (exitosas o no, que algo queda) dirigidas a ir creciendo como leoneses queriendo reconstruirse. ¡Y se puede hacer e incordiar en tantas cosas! ¡Y el pueblo leonés, instruido, lo agradecería tanto! Pero no, el interés propio manda, la no creencia en el territorio verdadero frena y la cobardía ejecuta. Nada que ver con León como cuerpo social que trasciende por supuesto la división provincial de 1833 pero que ésta se queda para algunos en la provincina, un síntoma también de la pequeñez de ellos mismos.
Imaginemos que hubiera habido una nueva división territorial y que a este León provincial lo hubieran recortado el espacio. Después de todas las dispersiones anímicas de pertenencia alentadas y conseguidas a pulso por nuestros «representantes», no sería nada extraño. Los ciudadanos de ese nuevo enclave, más menudo y menos numerosos, seguirían siendo leoneses (si no le cambian el nombre), pero reconvertidos ya al nuevo provincianismo. ¿Sería eso León? Pero imaginemos más y supongamos que la circunscripción electoral es el municipio y no la provincia. ¿Qué ideario autonomista encontraríamos en algunos políticos y/o en ciertos alcaldes? Sólo son impostores o cobardes. León es mucho más grande que el pauperismo demostrado de sus políticos y la conciencia territorial de éstos.
Hace siglos que León fue una desbandada y de lo que nos ha quedado hoy como regional (¿sí?) no difiere mucho de los malos pasos anteriores a base de ir, como leoneses, para atrás y de espaldas. Hemos llegado a «compartir» distancias, desencuentros y hasta antagonismos. Desafecciones dentro de la provincia y no digamos fuera de ella pero sin salir de la región. Además nos hacemos daño en la comunicación tanto escrita como hablada, en prensa o en la televisionina que nos dejan, donde «provincia» es el contexto absoluto y único. Nada que desborde el provincianismo que no es León como territorio de derecho. Ni un buceo con la excusa histórica. Ni un desliz atrevido y encajado en «región». Y eso, sin haber alcanzado el peldaño regional autonómico propio nos arrincona, reduce y nos aleja del resto del paisanaje que abandonamos a la orfandad leonesa. Nos reeduca a «admitirnos» solos sin más horizonte que el provincial. ¿Se hace porque no sabemos?, ¿no queremos?, ¿no podemos?, ¿no nos dejan? Hay que ser más listos y tener más maldad. Peor no habría podido ser imaginado y aún así nos estamos superando en la tragedia.
La candidez no nos desenvuelve, ni desarrolla, ni alerta. Sólo nos desliza en la continuidad anodina, inanimada o irrelevante. Medran unos pocos pero no el pueblo. Gastar fuerzas sintiendo más españolidad que leonesidad es un error de pardillos, una ofuscación no conveniente. Si no «somos» no tendremos valor y sin valor no estaremos distinguidos y no sabremos exigir. Nadie nos considerará más que como parte de un magma difuso. Intranscendentes. Impersonales. Y cuando nos desprendamos de la ingenuidad política nos llegarán las críticas: buena señal.
León provincia como sociedad más sensibilizada de la región y los políticos de León provincia tienen una responsabilidad con el pueblo entero. Reducir el territorio regional no es ni puede ser una opción, negarlo tampoco, y tampoco lo es ponerle trabas o distracciones. Se lucha al aire y de frente. Pero llegado al limite de tener que escoger entre que nos quedemos como estamos o que se reduzca en ¡dos de las tres provincias!, yo escojo lo primero como mal menor. Todavía existe la región leonesa. Nadie la ha abolido. Y muy importante, sigue en el imaginario del pueblo.
Hacer otra cosa sería desprecio y olvido inevitables. Y porque la mutilacion que sugieren algunos sería incluso comparable al desgraciado momento de aquel infausto año 1230 cuando regalamos un país hecho y entero para, además, acabar siendo nada y burla y menosprecio y negación ajena y hasta propia. Es imposible encontrar en el mundo ejemplo de semejante dádiva o tan altísima traición y siempre por los que dirigen torcido.