Diario de León
Publicado por
Consuelo Sánchez-Vicente
León

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El noventa y tantos por ciento de mis alumnos universitarios veinteañeros fuma. Por lo mismo de siempre: porque lo hace su grupo, para no ser distintos, porque a esta edad se tiene horror a la diferencia. Por mimetismo. Por lo mismo que se van de botellón. Y, prohibir, cuando se está formando la personalidad, no disuade: atrae. Hay que informar en la escuela y formar en las casas, y hacer pedagogía política. Pero, cuando la adicción ya ha hecho su trabajo, de poco valen leyes y planes como el que hoy mismo van a aprobar el Gobierno y las autonomías para erradicar en cuatro años el tabaco de todos los centros de trabajo públicos y privados. Son parches. Y que quienes los promueven, los gobiernos central y autonómicos, sean quienes más se benefician de que fumemos, es una enorme hipocresía. ¿Cómo convencer a nuestros hijos, a nosotros mismos, de que el tabaco es tan pernicioso para la salud como la heroína y la cocaína, droga dura, a diferencia de la cocaína o de la heroína, su producción y su consumo es legal y reporta pigües ingresos fiscales a las arcas públicas central y autonómicas? Si fuera así, si de verdad matara, lo prohibirían, ¿no? Dejemos que sean los hechos quienes respondan esta pregunta. En España el cáncer de pulmón ya es la segunda causa de muerte. Y el Gobierno está tan de acuerdo con la comunidad científica en que fumar mata que, entre todos los lemas que la Unión Europea ha propuesto para advertir de los peligros del tabaquismo en las cajetillas de cigarrillos, la ministra de Sanidad ha elegido precisamente ese: «Fumar mata». Pero, en política, los valores raramente prevalecen sobre los intereses, y... con los intereses hemos topado. Alcohol, carburantes y tabaco, estrellas de la llamada cesta de impuestos indirectos son la esperanza del ministro de Hacienda y de sus homológos autonómicos en estos tiempo de convergencia y déficit cero. Dicho lo cual: usted es muy libre pero fumar mata. Y otras cosas, vale, pero fumar también.

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